19 de enero de 2012

Las víctimas del sistema de transporte


Como se trata de un negocio importante la puja de intereses políticos y económicos impidió siempre una solución racional al problema. El mal trato es parte de ese negocio y eso es lo intolerable de todo.
Vergüenza es que no se limpien los pisos y las ventanas de los colectivos que ensucian la poca ropa de los trabajadores antes de llegar a cumplir con sus tareas.
“Que le vamos a hacer, esto es así todos los días”, dice Marcos Vera, con esa resignación jocosa que supimos conseguir. Como nada puedo hacer me río, sería su definición. Viaja junto a Romina Martínez, su mujer y la nena de ambos que ya da señales del largo periplo. “Es impresionante lo que tardan”, dice Romina del bus de La Villetana que avanza lento e inclinado por Eusebio Ayala.
Los colectivos internos, que unen las ciudades de la Gran Asunción, son en mayoría del equipo chatarra, son pocos los que se salvan de ingresar en la categoría de vehículos que ya están más para el descarte que para andar llevando pasajeros.
“No suelo tomar esta línea porque no viene nunca, hoy nomás me subí porque lo encontré en el camino”, cuenta Rodrigo Benítez. “Pasa uno cada hora más o menos”, comenta.
“Están todos sucios nomás”, dice Jimena que no tiene otro comentario, no le parece nada raro el problema, no parece incidir en su adolescente alegría de primavera. Tampoco en Ña Justina que va llevando su canastita de dulces para vender gracias a la gentileza del conductor. “No me quejo”, dice y explica todo con la mirada.
Los viajes se padecen. Por el precio del pasaje, por las calles en mal estado, porque los colectivos están sucios, dañados, son ruidosos.
No es mucho pedir que el pasaje sea barato, que los colectivos tengan asientos cómodos y hagan menos ruido, que se cementen las calles del recorrido, que viajar al trabajo sea un trámite cómodo.
La vergüenza es lo contrario, lo que ocurre en el día a día de las mayorías que usan el transporte público en la Gran Asunción.
No es mucho pedir que hayan conexiones que simplifiquen el traslado. Que se pueda ir de un lugar a otro de la gigante urbe con el costo de un pasaje, que los choferes tengan un salario digno que les permita tener algún cariño por lo que hacen.
La vergüenza es que los colectivos estén atendidos por hombres obligados a correr contra el reloj para completar una redonda, un giro a la ciudad por el que cobrarán tan solo 25 mil guaraníes. De los que harán dos o tres en todo el día, al estresante ritmo del tránsito local, buscando ganar tiempo en calles atascadas, con unidades al límite en las ruedas, en los frenos, en los motores.
No es mucho pedir que se construyan puestos de espera que brinden comodidad que protejan de la lluvia, de los soles del verano, que las paradas tengan la mínima información necesaria para saber qué opciones se tienen y hacia dónde.
Son derechos, hay que exigirlos.

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