Ganó Barack Obama y será el primer negro en presidir los Estados Unidos. Es seguro que cambiará el rol del Estado hacia una mayor protección social, en una suerte de «New Deal» del siglo XXI, pero el mundo financiero lo tendrá en jaque. También el complejo militar industrial y sus 737 bases en el mundo. El imperio se sacude.
Desde la madrugada de la victoria se desatan una serie de especulaciones sobre qué deparará desde el 20 de enero un gobierno del fenómeno Obama, por lo que merecen hacerse algunas puntualizaciones.
Es claro que no se saldrá de los planes imperiales que tienen los Estados Unidos; su política sólo tendrá algunos matices diferentes.
No ha dicho mucho sobre lo que hará para con América Latina, pero en general seguirá con el status quo de acuerdo a lo que se puede observar en el documento «Una nueva alianza para las Américas».
Se mantendrá entonces la intención de firmar los Tratados de Libre Comercio (tlc) para hacer mella en los intentos de unidad continental (Mercosur, Unasur), manteniendo el apoyo a Colombia, Perú y Uruguay como cabeceras de esta política. Tentará a Paraguay, es claro.
Brasil es el subimperio, es cada vez más el subimperio y lo podemos atestiguar con las movilizaciones en la frontera.
No será amistoso con Hugo Chávez, del que dijo «no gobierna democráticamente».
No se espera que derribe el muro que los separa de México, aunque sí alguna amabilidad con los migrantes.
Tampoco que levante el bloqueo a Cuba, ni que desactive la IV Flota que tiene habilitado navegar los mares, ríos y lagos de Sudamérica porque son decisiones estructurales.
En el tablero mundial dice que retirará las tropas de Irak, pero fortalecerá Afganistán. El apoyo a Israel es innegociable para los Estados Unidos y nada dijo sobre ir eliminando las 737 bases que tiene Estados Unidos en todo el mundo.
Puede que África reciba un trato especial, necesario, pero nada se avizora.
La máquina militar más poderosa del mundo se prepara a vivir la era del emperador negro.
Cambio
«Se hizo esperar mucho tiempo pero el cambio llegó a Estados Unidos», dijo el vencedor ante casi un millón de personas en Chicago. «Los estadounidenses enviaron un mensaje al mundo, que nunca fuimos simplemente una colección de estados rojos y estados azules. Somos y siempre seremos los Estados Unidos de América», afirmó Obama.
Después comenzó a dejar más claras las cosas: «Un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense está al alcance», y agregó: «a aquellos que querrían derribar el mundo: los derrotaremos. A aquellos que buscan la paz y la seguridad: los apoyamos. Y a los que se preguntaban si el faro de Estados Unidos aún luce tan brillante: esta noche demostramos que la verdadera fortaleza de nuestra nación no viene del poder de nuestras armas o del tamaño de nuestra riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales: democracia, libertad, oportunidad y una inflexible esperanza».
Hablando en el lenguaje general del que acaba de ganar dijo: «Siempre seré honesto con ustedes sobre los desafíos a los que nos enfrentamos. Los escucharé, especialmente cuando estemos en desacuerdo. Y, sobre todo, les pediré que se unan en el trabajo de reconstruir esta nación».
Siguió con esta confesión: «Nunca fui el candidato más probable para este cargo y sé que lo hicieron porque entienden la magnitud de la historia por venir. Los desafíos son los mayores: dos guerras, la peor crisis financiera y un planeta en peligro. El camino es largo, la subida será muy marcada y no será en un año ni un mandato, pero vamos a ser mejor y vamos a llegar como pueblo unido. Esta crisis nos recordó que no podemos tener un Wall Street exitoso mientras un pueblo sufre».
Por delante
Obama deberá enfrentar el desastre que las políticas de concentración de riqueza de la administración Bush provocaron en el pueblo donde la mayoría es más pobre, hay una tasa de desocupación preocupante y no hay acceso a la educación y la salud. Hay estadounidenses que ya se saben fuera del american Way of Life (el modo americano de vivir) y ese es para muchos el síntoma de la decadencia desde que se consagraran como potencia a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Debe reconstruir alguna fe en la clase política, sobre todo en el ejercicio militar del poder, ya que la sociedad sabe que le mintieron con lo del 11 de septiembre, con las armas de destrucción masiva, porque les cercenaron libertades con la famosa Acta Patriótica (Patriot Act) que legitimaron la tortura, entre otras vergüenzas del gobierno que se va.
Tendrá en contra la cuestión del racismo en un país donde unas pocas décadas atrás los blancos y cristianos fundamentalistas marchaban con carteles que decían «La integración racial es el comunismo», como en la recordada marcha de Little Rock en 1959.
El miedo será un factor omnipresente. Agitado de manera permanente por el pool de medios de comunicación de los conservadores, ligados a los fabricantes de armas y el sistema financiero, encontraron en su manipulación la forma de conseguir que la gente se sienta lo suficientemente insegura como para apoyar las invasiones a lo Bush.
Obama prometió cosas increíbles. «Bajo mi programa, los impuestos serán menores que los que había bajo (el mandato de) Ronald Reagan».
La clave de la economía estará en cómo y a quiénes volcar el dinero público y al respecto vale leer lo que escribió en estos días el mexicano Carlos Fuentes: «Quien visita Estados Unidos se asombra por el deterioro de las represas, las vías férreas, los espacios públicos y las escuelas, en especial en comparación con Europa –por no hablar de la ausencia de jubilaciones y atención de la salud aceptables.
Esa debería ser la prioridad de la inversión, aunque los timberos de Wall Street disputarán cada dólar con su habitual voracidad.
Las principales transnacionales condicionarán para seguir operando desde Nueva York porque no tendrán ningún problema en mudarse a Pekín si es que las necesidades así lo disponen.
Un gesto del final de campaña puede dar idea del perfil de cambios que Barack Obama intentará en los Estados Unidos. «Acabemos con esa pavada de las encuestas», dijo Obama, apoyando la idea de que el campeonato universitario de fútbol americano se defina con un playoff entre los ocho mejores equipos, y no como hasta ahora, con tres dudosas encuestas.
La idea que cruza todo su accionar es la inclusión, cuestión que en un mundo de maligna mezquindad no deja de ser un buen augurio.
Otras miradas
Bob Barr fue candidato a la presidencia por el Partido Libertario y no tenía chance alguna de ganar pero vale escuchar las críticas que profería: «El senador McCain, el senador Obama y los otros miembros del Congreso que han apoyado un plan de rescate financiero tras otro han convertido la responsabilidad fiscal en un absurdo. No hay una diferencia significativa entre los dos principales partidos.»
La campaña del candidato independiente Ralph Nader, pidió a la gente que estuviera atenta a palabras y frases-clave, entre ellas: «clase trabajadora», «Ley Taft-Hartley», «sindicatos de trabajadores», «complejo militar-industrial», «sistema de salud de pagador único», «juicio político», «impuesto al carbono» y «poder corporativo.»
No hubo mención de estos temas en el debate. McCain no mencionó ni una sola vez «clase media». Ninguno de los dos candidatos mencionó la pobreza.
No es menor el esfuerzo de Barr y Nader, si uno tiene en cuenta que para ser reconocido nacionalmente para las presidenciales se tienen que juntar más de un millón de firmas para habilitar la candidatura. En los estados también rige esta restricción, que es una suerte de garantía del bipartidismo ya que se necesitan 73.000 firmas en Oklahoma; 165.000 en California; más de 100.000 en Carolina del Norte y en Florida por dar ejemplos.
Cálculos complicados
El demócrata Barck Obama obtuvo 349 electores contra 163 de su rival republicano John McCain, según las cifras dadas a conocer oficialmente cuando faltaban escrutarse dos estados, que suman 26 votos electorales.
La elección no es directa y este suele ser un elemento que hace mella en la participación. En los Estados Unidos cerca del 50% de los que están habilitados para votar no lo hacen. Uno no se va a votar por Obama o McCain, sino por electores que conforman un Colegio Electoral de 538 miembros. Para ganar hay que tener 270 electores o más.
Vamos a tratar de explicar cómo funciona. California tiene 55 electores. Si gana Obama, se lleva los 55, si pierde, se queda con cero, aunque la elección haya sido cabeza a cabeza ya que en general rige la ley del todo o nada. Sólo dos estados reparten proporcionalmente los votos de los electores.
Jorge Zárate