25 de septiembre de 2019

Kurusu Cadete, al borde del remate

 El centro de religiosidad popular de la avenida Molas López, donde está emplazado el santuario del cadete Benítez, tiene una deuda de G. 65 millones de impuesto inmobiliario con la comuna de Asunción. “Si no podemos pagar, iremos a remate y se acabará toda esta milagrosa obra”, dice Domingo, hermano de Alberto Anastasio Benítez.
 
 Es sábado y hay un desfile incesante de familias, parejas, personas que llegan munidas de sus botellas de plástico para llevar el agua del ykua milagroso de Villa Guaraní. La familia Benítez, custodia del lugar, vive una paradoja. El sitio de la avenida Molas López, donde está emplazado el santuario, tiene una deuda de G. 65 millones de impuesto inmobiliario con la Municipalidad de Asunción. Mientras, reclama una indemnización por la cruel ejecución del cadete, que debe decidir la Corte, por unos G. 1.200 millones.
“Tengo 77 años y vengo al menos desde hace 25, imagine”, cuenta Marta Casco con el gesto único de contar los años que se da dentro de los ojos. De allí parece surgir el recuerdo del “milagro” que el agua del ykua del Kurusu Cadete hizo en sus manos, en esas que prenden la vela de homenaje. “Trabajaba en costura y no podía manejar la tijera, así que me encomendé al cadete y puse el agua en mis extremidades y pude seguir trabajando”, cuenta la mujer.
Domingo es el custodio del lugar, hermano de Alberto Anastasio Benítez, el cadete del Liceo Militar asesinado en las mazmorras de la cruel dictadura de Alfredo Stroessner.
 
 De cómo la injusticia de la muerte de ciertas personas genera cultos populares hay cientos de ejemplos en el mundo, pero, el caso del cadete Benítez tiene la peculiaridad de la contemporaneidad, el caso ocurrió un 7 de diciembre de 1962.
“Todavía es un misterio, pero al lado del árbol de Tataré donde apareció colgado, brotó este ykua, cuyas aguas hacen milagros”, dice Domingo y la ronda de gente que va pasando camino de la capilla, un oratorio con diversas vírgenes de Caacupé y finalmente el ykua viene a testimoniar en ese sentido.

 
Cristolvina Ojeda se quiebra de la emoción cuando cuenta cómo su hija pudo superar un tumor que le llegó a quitar el habla, con la fe en la intercesión del cadete, en las aguas milagrosas del ykua. Dicen que el líquido tiene especial efecto en las mujeres que tienen embarazos complicados. “Vine en el 83 con muchos problemas y me encomendé al cadete, tomé el agua, llevé y ahora mi Anastasio es un joven fuerte y estudioso”, dice Mirta Romero.
Se pueden contar por decenas los Alberto Anastasio que recibieron esos nombres en bautismo en honor al milagroso cadete.

 
Gustavo Meden es suboficial mayor de Caballería, un soldado de porte marcial que estuvo en dos misiones representando a las Fuerzas Armadas paraguayas en Haití, ese país que inauguró las independencias de América Latina y que hoy vive oprimido por el hambre y la miseria a la que lo condenaron las invasiones extranjeras.
Tripulante de blindados, Meden también se encomendó al cadete antes de partir. “Le prometí que si regresaba le traería mi boina”, contó. La ceremonia en la que deposita la ofrenda en el Tataré que hoy preside la capilla de adoración es conmovedora.
También tiene la memoria de Alberto Anastasio Benítez especial reparo en los uniformados, cuenta otro oficial retirado de la Fuerza Aérea mientras mira las gorras y birretes que obran en el altar. “Le ayudó a mi hija en sus estudios en el arma”, susurra.


Preocupación
Domingo está preocupado por el eventual remate de la propiedad. “Es una deuda que fue creciendo porque no tenemos plata para pagar”, dice con alguna desesperación. Espera que alguien destrabe el juicio en la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que algún beneficiado por el cadete interceda ante el intendente Mario Ferreiro para hacer un plan de pagos, que la gente haga aportes
“Nosotros custodiamos el sitio, es nuestro mandato, a mi me toca quitar el agua del ykua, abastecer los cántaros, cuidar y limpiar las capillas, estamos todo el día con esto y la verdad es que la gente no deja gran dinero para ayudar, lo hacemos todo a pulmón”, dice Benítez, que ya sufrió un derrame cerebral y un infarto de corazón a causa de sus preocupaciones.
“Me curé con el agua, por la intercesión del cadete”, asegura y recuerda el caso de Rubén Maldonado, que fuera figura del Olimpia y jugara muchos años en Italia. “El cadete le ayudó en sus cosas del fútbol y también con la salud de su hijo, por eso, cuando le fue bien, vino y me dijo para reemplazar la antigua capilla por esta nueva que ven, él pagó todo, fue uno de los pocos creyentes que tuvo un gesto como éste”, comentó.

Lo bendito, lo siniestro
 
 La secuencia de la muerte injusta parece no acabar para los Benítez. Benditos por un lado, perseguidos por ese infesto poder oscuro por el otro. Todo comenzó con el padre, el mayor Anastacio de Jesús Benítez Mieres, héroe de la Guerra del Chaco, respetado por la tropa, querido en el arma, según cuenta su hijo Domingo.
Revistaba en el Regimiento de Infantería 14 de Tacumbú. “Cuando papá estaba a punto de ascender como teniente coronel, se dio la tragedia que está en el fondo de todo”, cuenta.
“En el RI 14 también estaba mi hermano Teresio Benítez, que era cabo primero. Resulta que en ese día en que papá salió a comprar el uniforme para su ascenso, a Teresio se le ocurre ocupar un soldado para que le vaya a comprar miel”. Regresando el soldado del cometido se encuentra en cercanías de la portería con Patricio Colmán, otro oficial jerárquico del regimiento, un criminal más probado por la Comisión de Verdad y Justicia (CVJ).

 
“Colmán era capitán, se fue contra mi hermano Teresio, lo decuereó, le pegó 36 sablazos, sabía pegar con el sable, mandó llamar un peluquero y le afeitó la cabeza y las cejas, lo metió a un calabozo oscuro”, cuenta Domingo.
“Al volver papá, le reportan la novedad en la puerta y corre a buscarlo a Colmán al casino de oficiales, lo encuentra, lo increpa y cuando este cobarde huye, le hace un disparo sobre la cabeza para asustarlo”, relata. Fue un escándalo que los estronistas aprovecharon para acusarlo de comunista y “epifanista”, seguidor del dirigente colorado Epifanio Méndez Fleitas, que ya estaba en el exilio. 
 Anastasio Benítez padre decide entonces retirarse del ejército y poner una carnicería en Trinidad, en la zona de Villa Guaraní, donde vivieron toda la vida. Tuvo 14 hijos, de los cuales hoy sobreviven 5. Llegó después el tiempo en que Alberto insistió para ir al Liceo y contó con el agrado del padre.
El destino cruel lo hizo tener como compañero de banco a Freddy Stroessner, el hijo del dictador. Domingo, que reconstruyó la historia con decenas de valientes testimonios, cuenta que Alberto alguna vez defendió la impronta de su padre ante Colmán y que Freddy le contó eso al tirano.
Paranoicos, crueles, los estronistas creyeron ver allí una conspiración latente, secuestraron al cadete Benítez y se les murió en la mesa de tortura. Al no saber qué hacer con el cadáver, montaron la escena de un suicidio en ese lote de los Brinizcki, donde hoy desfilan los creyentes.
“Pretendieron hacer creer que se suicidó, tuvieron preso a Napoleón Ortigoza durante 25 años, fue, después de Nelson Mandela, el que fuera presidente de Sudáfrica, el preso político más antiguo del mundo, todo un montaje que se cayó por los testimonios de muchísima gente, que obra en las causas de los DDHH y todavía el Estado no nos quiere resarcir”, comentó. Habrá que ayudar a las aguas santas a hacer justicia.
Jorge Zárate
Fotos de Nadia Monges. 

 

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