Benedetti recibió a Jacinto Rodríguez Munguía y Jorge Zárate |
El lunes 18 de mayo la vida amaneció tanto fría y gris como aquel 12 de octubre de 2007, cuando Mario Benedetti nos recibió en su departamento de Montevideo. La imagen que guardo para siempre es más o menos así:
Apenas un fragmento de luz que se filtra por la ventana y se
resbala por el lado izquierdo de su viejo cuerpo. Era como estar frente a una
pintura de Modigliani o de Rembrandt. Entre la nostalgia y el silencio. Él ahí,
sentado en su sillón mirando las gotas que como ingenuos proyectiles se
estrellaban contra los cristales. Afuera y desde muy temprano llovía sobre
Montevideo, como este lunes 18 que amanecimos sin Benedetti.
“Ha muerto un poeta, ha muerto Mario Benedetti”, decía un
mensaje perdido entre otras llamadas de la tarde del domingo. La noticia tenía
la brevedad del verso: “Estaba en su domicilio cuando murió. Tenía 88 años”.
Hay veces que la memoria se tambalea y las letras, junto con
los recuerdos, se desbarrancan. Casi había olvidado las palabras que dijimos en
esos minutos que nos dejó entrar a su hábitat y su mundo de libros, cuadros y
objetos.
En estos días le he escrito a Jorge Zárate y hemos vuelto a
despertar aquellos momentos de 2007 con el colega paraguayo con quien por tres
días continuos fuimos al café San Rafael, a donde —todo el mundo sabía— solía
acudir Benedetti.
Ahí conocimos la mesa donde se sentaba con vista hacia el
viejo Gran Teatro Metro. Ahí supimos que hacía varios meses que no iba, pero
que todas las mañanas, al filo del mediodía, hablaban de su casa para pedir el
almuerzo. Nos tocó escuchar esa llamada. “No vendrá, hace mucho frío y llueve y
ya saben, su salud…”.
En esas tardes que fuimos en busca y en espera de que de
pronto se apareciera el poeta, ese buen mesero nos contó detalles de los
atardeceres en que Benedetti se sentaba a mirar pasar la vida a través de la
ventana, sus cuadernos, sus letras en las hojas.
Nos contó muchas cosas.
Jorge Zárate recuerda así el encuentro con Benedetti:
Una historia de la foto de los tres
hombres más tristes del mundo*
—Busquemos a Benedetti —me dijo Jacinto.
Fue fantástico encontrar al cuate Rodríguez Munguía en
Montevideo, tener algo loco que hacer en medio de un congreso formal con
demasiadas preocupaciones.
—Come en un bar de aquí a dos cuadras —me dijo (sobre
Benedetti) Manuel Méndez, periodista uruguayo, sindicalista con demasiadas
preocupaciones, dos horas después.
Estábamos en el centro de la ciudad con un tiempo en el
almuerzo para buscar una entrevista. Decidimos correr por las veredas
estrechas, entre el caos del tránsito del centro en espera de encontrar a Mario
almorzando tranquilo, acercarnos despacio a su sitio junto a la ventana, mil
cosas.
Corrimos hasta que entramos al bar equivocado. Allí nos
supimos del cariño con que la gente hablaba de Mario, con tanto afecto, que
sentimos por un momento que es todo lo que quisiera dejar uno cuando se va.
Corrimos al otro bar, una cuadra más arriba. Encontramos al
mozo que lo atendía siempre, que tomó el teléfono y lo llamó, le preguntó si
venía, y no venía, se quedaba en casa, el frío, la llovizna, la mala salud.
—Vive aquí en la esquina —nos dijo. No quisimos
joder.
Por la tarde recorríamos diarios. En La Diaria conocí a El
Negro Maidana que me dio el correo electrónico de Ariel Silva, el noble
secretario de Mario, un tipazo, macanudo, tomate otro mate, me dice El Negro,
me quedo charlando, pierdo el bondi de la delegación, nada, gané un amigo.
Le escribimos y la respuesta pronta de Ariel. El poeta no
podría dar en ese momento la entrevista, por prescripción médica no debía hacer
esfuerzos, ni siquiera hablar tanto. La salud estaba quebrada. Pero nos podía
recibir, saludarnos, quizá firmar un libro. Escucharnos un poco.
Camino a su departamento nos sumimos en las librerías de
viejo, cada quien con un libro de Benedetti. Buscamos el último, pero elegí uno
de los Inventarios:
No te salves
No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.
Jacinto se fue con El amor, las mujeres y la vida
Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte
Después de nuevo a correr, esta vez al edificio de Michelini
y 18 de Julio, hacia el departamento de Benedetti. Con el gris, con el frío, la
llovizna de taladro, con el ruido de Montevideo alentándonos a todo.
Cuando frenamos ante el portal buscamos urgente el 702.
Decía “Luz López”.
El dolor tenía el tamaño y el color del asfalto negro y
brillante.
El hombre estaba sin su mujer de toda la vida, el poeta sin
la musa. Algo intuimos.
Mientras Jacinto preparaba la cámara en el ascensor
pensábamos que iban a ser posibles unas preguntas, quitarle unas palabras,
pedirle permiso. Ariel, amable, nos abrió la puerta del departamento. Nos pidió
los libros. Benedetti
miraba fijo la calle Michelini, los firmó con cariño, nos
miró con profunda tristeza, la más profunda que vi nunca.
Lloviznaron los ojos.
Termino este texto y llegan más detalles. Alguna idea suelta de cómo estaba México, un comentario de nosotros de cómo sus versos habían dado tantos sueños y utopías, cuántos amores se habían construido con sus versos. Nos miraba despacio, con la calma de quien ya no espera nada más de la vida, de quien está en paz con su silencio de ese breve departamento, habitaciones de libros y recuerdos, de la tristeza, por la ausencia de Luz, mujer, cómplice y todo que murió el 13 de abril de 2006 y que dejaría un dolor tan hondo del que no se levantaría nunca.
El tiempo es tan raudo cuando más uno desea que se prolongue,
es como saber que uno nunca está donde tiene que estar. Y nos tuvimos que ir de
su espacio, y se quedó el poeta en su sillón, con su ventana, con sus visitas a
deshoras, con sus recuerdos y sus dolencias. Nos fuimos con el alma llena, con
esa alegría de niños. Recuerdo que apenas hablamos, que apenas dijimos nada.
Volvimos al bar/café, leímos sus versos, hablamos de nuestra adolescencia, de
cuando leí por primera vez Pedro y el capitán, de los amores que sucumbieron
con los versos de Benedetti.
Las preguntas de nuestro cuestionario ya no tendrían
respuesta. Todavía, meses después, llegaría otro mail pidiendo comprensión por
el silencio del poeta, porque las dolencias habían vuelto y él al hospital,
pero con la promesa de que en la primera oportunidad nos respondería.
Pero este domingo 17 de mayo lo que llegó fue un mensaje anunciando
la muerte del poeta.
Jacinto Rodríguez Munguía y Jorge Zárate.
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