Investido con la toga papal Jorge Bergoglio regresó a Suramérica como Francisco y recorrió tres de los cinco países con mayor representación católica del continente: Ecuador, Bolivia y Paraguay. Cientos de miles de personas presenciaron sus misas campales y millones conocieron algunas de las resonantes frases que pronunció junto a los presidentes, en eventos religiosos con los cleros locales y sobre todo en los encuentros que mantuvo con representantes de organizaciones y jóvenes latinoamericanos.
Fueron ocho días –del 5 al 12 de julio– en los que difundió las ideas y el contenido de su encíclica Laudato Si (ver “La encíclica…”), donde reflexiona críticamente sobre la situación social y ambiental en el mundo. Sin salir de la línea de pensamiento allí manifestada, ajustó sus palabras según el contexto social y político de cada país y en especial según el público presente en cada ocasión. No hubo matices, sin embargo, en el balance general: la prensa mundial coincidió en calificar la gira como histórica y el jefe de los católicos volvió a Roma con un contundente apoyo de líderes y organizaciones de la región.
Aclamado en todas sus actividades, el Papa resaltó los esfuerzos y logros alcanzados por los gobiernos de cada país, en particular del boliviano y ecuatoriano. Aunque también dejó sutiles críticas, evitó los cuestionamientos directos y convocó a sus audiencias a luchar por transformaciones sociales, morales y culturales.
El otro frente de Francisco fue el religioso. Si bien casi el 40% de la población católica mundial reside en América Latina –donde habitan 425 millones de personas– de acuerdo a un estudio publicado en 2014 por el Pew Research Center, desde 1970 a la actualidad la cantidad de fieles católicos cayó significativamente en la región, pasando de un 92% sobre la población total entonces hasta el 69% actual, a la vez que aumentó la proporción de protestantes y el poder de otras iglesias.
Entre líneas
El viaje del jefe del Estado Vaticano tomó características propias en cada uno de los tres países que visitó. En Ecuador (pág. 21) lo recibió una sociedad en conflicto, atravesada por las marchas opositoras y las movilizaciones en apoyo al gobierno de Rafael Correa, que tuvieron un impasse durante la visita papal. Semanas después de que el Presidente retirara los proyectos de ley que motivaron esas protestas, el Papa consideró en Quito que “las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertad”.
También pareció rozar otro tema de disputa en el país: las explotaciones petroleras en el Parque nacional Yasuní. Al hablar de la amazonía ecuatoriana destacó la “oportunidad” que tiene Ecuador “para ejercer la pedagogía de una ecología integral” –tal como propone en su encíclica– y advirtió que la explotación de los recursos naturales no debe buscar el beneficio inmediato. Su última advertencia punzante fue la crítica al “afán de liderazgos únicos” y los “personalismos”.
Pero estos mensajes entre líneas fueron desapareciendo durante su paso por Bolivia (pág. 23), más allá de su habitual embate contra “las ideologías”, y en Paraguay (pág. 25) sólo se manifestaron bajo la forma de una condena genérica a la corrupción: “Es la polilla, es la gangrena de un pueblo”, dijo en un país donde el Presidente es un empresario que estuvo preso por evasión y estafa al Estado en 1985, durante la dictadura de Alfredo Stroessner, y hoy está bajo sospecha.
Sintonías
“Ecuador ama la vida. Nuestra Constitución obliga a reconocer y garantizar la vida, incluido el cuidado y protección desde la concepción. Establece reconocer y proteger a la familia como núcleo fundamental de la sociedad y nos compromete profundamente a cuidar nuestra casa común, al ser la primera Constitución en la historia de la humanidad en otorgar derechos a la naturaleza”. Con esas palabras recibió Rafael Correa a Francisco cuando arribó al país, tras considerarlo “un gigante moral para creyentes y no creyentes”. El 79% de la población ecuatoriana se considera católica, incluido el Presidente.
Luego de finalizar su discurso de bienvenida, en el que tomó varios conceptos de la última carta encíclica, el Papa devolvió el gesto: “Agradezco su consonancia con mi pensamiento, me ha citado demasiado, gracias”, dijo y anheló los “mejores deseos para el ejercicio de su misión”. “El pueblo de Ecuador se ha puesto de pie con dignidad”, remató.
El presidente ecuatoriano también citó la II Conferencia Episcopal Latinoamericana (Medellín, 1968) para expresar su mirada sobre la religión: “El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchos casos a la inhumana miseria. Un zurdo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte”, dijo Correa.
Algo similar se produjo en Bolivia, donde Francisco celebró las mejoras sociales alcanzadas por el Gobierno y le reconoció que “está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del país”. Morales, que sostuvo posiciones muy críticas contra el Vaticano, recordó que la Iglesia “fue utilizada para la opresión”, pero consideró que “ahora las cosas cambiaron drásticamente”. Tras ese gesto, el Papa hizo una declaración de amplia repercusión internacional al cierre del segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares (Emmp), realizado el 9 de julio, cuando pidió perdón por “las ofensas de la propia Iglesia” y “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
Siglos después, el catolicismo latinoamericano –y en Ecuador, Bolivia y Paraguay en particular por su gran población indígena– suele expresar un sincretismo de los preceptos religiosos dictados desde el Vaticano y las creencias populares y originarias de cada región. “Piedad popular”, lo llama Fausto Trávez, arzobispo de Quito y presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. “La religiosidad popular está prevista desde Puebla [III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano] como un medio fantástico para la evangelización”, explica. Ahí apuntó Francisco.
Sin embargo el vínculo entre los gobiernos de izquierda de la región y la Iglesia Católica de cada país se ha caracterizado por fuertes tensiones y álgidas discusiones, especialmente en Bolivia. En la reforma constitucional de 2009, por ejemplo, quedó eliminado el catolicismo como religión de Estado. Además, desde el Viceministerio de Descolonización, con Félix Cárdenas a la cabeza, Bolivia viene impulsando un proceso de revalorización de las culturas originarias y de reconstrucción de la memoria histórica dentro del cual la Iglesia ocupa un lugar negativamente destacado, en particular por su rol durante la época de la conquista. “No hay que olvidar que ha contribuido enormemente en la constitución del racismo, la discriminación y el patriarcado”, decía Cárdenas en 2010.
Por parte del clero local, los ataques al gobierno de Morales no han sido menores. Su cardenal, Julio Terrazas, apoyó el referendo por la autonomía de Santa Cruz de la Sierra de 2008 y la iglesia boliviana fue una férrea opositora de las iniciativas laicistas del Estado Plurinacional, como la intención –finalmente no ejecutada– de eliminar la enseñanza religiosa en las escuelas.
Pero Evo marcó un punto de quiebre en la llegada de Jorge Bergoglio a la cúspide del Vaticano. Opinó que cuando el papa Juan Pablo II visitó Bolivia en 1988, durante el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, su misión era “consolidar y respaldar el neoliberalismo”, mientras que Francisco “condena el capitalismo”. “En algunas épocas, la Iglesia también era cómplice de la dominación, opresión, sometimiento. Ahora el hermano papa Francisco llega a apoyar y aportar a este proceso de liberación”, dijo. También lo calificó como “anticapitalista” y “antimperialista”. Incómoda, la Conferencia Episcopal Boliviana denunció intentos de “apropiación del Papa”.
En Paraguay, último destino de la gira y el país más católico del continente, el presidente destituido en 2012 y ex obispo Fernando Lugo analizó que los “gestos” de Francisco “suenan mucho más fuerte que sus propias palabras y eso molesta a sectores conservadores que durante muchas décadas han dominado la Iglesia”.
Lugo denunció, en coincidencia con organizaciones como la Federación Nacional Campesina y Paraguay Pyahurã, que el gobierno de Horacio Cartes y los organizadores de la visita “maquillaron” al país para su visita. Pero los datos son elocuentes: el 2,5% de la población es dueña de casi el 90% del territorio cultivable; más del 22% vive bajo el nivel de pobreza según datos de 2014 y pese al crecimiento económico la extrema pobreza aumenta. Allí, el Papa dirigió las críticas a la corrupción, el chantaje y la violencia política. También pugnó por el compromiso social de los creyentes, como hizo a lo largo de todo el viaje. “Por más misa de los domingos, si no tenés un corazón solidario, si no sabés lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o es enferma o está muerta”, sostuvo el prelado.
Debate ideológico
La gira de Francisco puso otra vez en el centro de la escena internacional la batalla de ideas, tal como había hecho en mayo al publicar su carta encíclica, que contiene fuertes críticas a la situación mundial actual y al liberalismo económico como corriente de pensamiento. Pero esta vez la resonancia fue mucho mayor. Frente a multitudes y representantes de organizaciones campesinas y trabajadores urbanos excluidos y empobrecidos, su discurso crítico se potenció. Fue en el encuentro con movimientos populares en Bolivia donde llegó más lejos: “Queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos. Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra, como decía San Francisco”. Reivindicó a la par la labor de los movimientos sociales: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho (…) Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de ‘las tres T’ (tierra, techo, trabajo), en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio”, arengó. Lo oían representantes de organizaciones sociales del continente y el mundo como la Central Obrera Boliviana (COB), la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (Ctep, Argentina), y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil.
A su lado estaba Evo Morales, que vestía una campera con la imagen del Che Guevara. Cualquiera que tomara de manera aislada estos pronunciamientos podía pensar que se trataba de un encuentro anticapitalista. Pero no lo era.
Tanto en sus escritos recientes como en los 22 discursos que pronunció durante la gira, el jefe del Vaticano eliminó toda mención al “capitalismo” y en general apuntó al “consumismo” como el corazón de una serie de valores sociales y culturales que se deben combatir y transformar. No es casual que horas antes de regresar a Roma, en un encuentro con representantes de organizaciones paraguayas, volviera a condenar “las ideologías”: “Siempre terminan mal. No sirven, porque tienen una relación incompleta, enferma con el pueblo. En el siglo pasado las ideologías terminaron en dictaduras, siempre”.
En su encíclica, nazismo y comunismo son las únicas ideologías que Francisco denomina y condena. Aunque en Bolivia prefirió reducir su ataque al “estalinismo”, su objetivo es el “comunismo”. Por eso reaccionó con rechazo al regalo ofrecido por Evo Morales (un Cristo crucificado sobre un martillo y la hoz) y lo que ese objeto representa: la Teología de la Liberación. Lo explicó, a su manera, durante el vuelo de regreso al Vaticano: “El padre Espinal (jesuita) fue asesinado en 1980. Era un tiempo en el cual la Teología de la Liberación tenía muchas ramas. Una de ellas proponía el análisis marxista de la realidad. El padre Espinal era un entusiasta de esto y también de la teología usando el marxismo, eso yo lo sabía porque en esos años era rector en la Facultad de Teología y se hablaba mucho de esto. El mismo año el general de la Compañía de Jesús mandó una carta a toda la Compañía sobre el análisis marxista de la teología, un poco frenando y diciendo: ‘esto no va, no es justo’”.
Como autoridad jesuita de Buenos Aires, Jorge Bergoglio combatió en los años 1970 a esta corriente católica –impulsada por un nutrido número de jesuitas– cuyos principales exponentes en Argentina fueron perseguidos, detenidos, torturados y en muchos casos asesinados y desaparecidos durante la última dictadura militar.
Esta oposición de Francisco al pensamiento revolucionario, que lleva al menos cuatro décadas, no impide que desarrolle una ofensiva contra el liberalismo clásico, que además le permitió mostrarse en sintonía con las bases sociales de apoyo de los gobiernos de Morales y Correa –las mayorías históricamente excluidas– y con amplias franjas de la población latinoamericana, opuestas a las llamadas políticas “neoliberales”.
La respuesta de la derecha a este ataque quedó reflejada a través de la prensa continental, que comenzó celebrando las críticas del Papa en Quito a los “personalismos”, el “afán de los liderazgos únicos” y la “tentación de propuestas más cercanas a dictaduras, ideologías o sectarismos”, interpretadas como un ataque a los gobiernos de Ecuador, Bolivia, Venezuela y Cuba, y terminó por repudiar el “populismo” de la autoridad del Vaticano luego de su discurso ante los movimientos populares. Fue lógico: Francisco además de fustigar el “sistema” y evitar condenar “ataques a la libertad de expresión” o a los “derechos humanos”, había denunciado en Santa Cruz de la Sierra que “la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo”. En la balanza final pesaron con mayor fuerza que las críticas los puntos en común exhibidos con Correa y Morales durante el viaje.
Con esta retórica similar a la de los gobiernos de izquierda y progresistas de la región el Papa dejó su primera huella en América Latina. El próximo mes estará en Cuba y Estados Unidos, entre quienes medió el Vaticano para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. ¿“Opción por los pobres” o batalla ideológica estratégica? El debate ya comenzó.
Desde Buenos Aires,
Ignacio Díaz y Julia de Titto
Equipo de la cobertura papal de La Nación de Paraguay, el autor de esta nota entre ellos |
Paraguay: recepción multitudinaria y decepción
“Que no cese el esfuerzo de todos los actores sociales hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto (…) que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción y el narcotráfico”, pidió el Papa Francisco en su primer acto oficial ante representantes de los tres poderes del Estado paraguayo y el cuerpo diplomático en lo más fuerte que expondría durante toda su visita. A ello le agregó que “un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados no es verdadero desarrollo. La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral del ser humano”.
Si bien hizo críticas elípticas, se le reprocha al pontífice no haber se solidarizado con mayor ímpetu con el golpeado y silenciado movimiento social paraguayo. También es claro que tras la renuncia de Fernando Lugo al obispado de San Pedro para candidatearse a la presidencia, desde el Vaticano conducido entonces por Joseph Ratzinger, la Conferencia Episcopal Paraguaya fue reconfigurada hasta tomar un cariz ultraconservador, cuyos efectos pudieron notarse en esta visita papal. Días antes del arribo del pontífice el nuncio apostólico, Eliseo Ariotti, organizó una reunión en la sede de la delegación diplomática en la que la mayoría de los embajadores acreditados en el país le dieron su respaldo al gobierno del presidente Horacio Cartes.
Esta cuestión se notó con mayor claridad en el encuentro del Papa con las organizaciones sociales en el estadio León Condou de Asunción. Del evento participó el presidente paraguayo, que fue abucheado cuando ingresó. “Francisco querido, el pueblo está contigo”, cantó el público para recibir al Papa que, más allá de los conceptos generales que expuso, no abordó suficientemente el problema de la tierra ni el juicio e intento de encarcelar a campesinos por la Masacre de Curuguaty, entre otros temas de la agenda de los sectores populares. Por un lado dijo que “la riqueza debe ser creada para el bien común” y por otro que “las ideologías no dejan pensar al pueblo, piensan por el pueblo y terminan en dictaduras”.
Con frases como “la justicia debe ser rápida, nítida y clara” o “primero la patria, después mi negocio”, mencionó con una mirada lateral al presidente Cartes. “La corrupción es la polilla, la gangrena de un pueblo”, sentenció después.
La nota del encuentro la dio una fiscal que pretendió detener al secretario general de la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas, Luis Aguayo, por repartir un volante en el que se denunciaba que Paraguay tiene la peor distribución de tierras del mundo, más de 110 campesinos sin tierra muertos desde 1989 y las atrocidades jurídicas del caso Curuguaty.
Por último, Francisco convocó a la juventud a seguir “haciendo lío”, pero también a que ayuden a “organizar el lío que hacen”. Aclaró que pide “un lío que nos dé esperanza, que nazca de haber conocido a Jesús”. Quizá el cansancio y no motivos de seguridad, como se alegaron, hicieron que eludiera la cita con las víctimas del incendio del supermercado Ykua Bolaños en 2004.
Desde Asunción, Jorge Zárate
Ecuador: el llamado a la unidad
Alrededor de 2,5 millones de fieles católicos acompañaron al papa Francisco durante su visita de tres noches y cuatro días a las ciudades ecuatorianas de Quito y Guayaquil, en donde ofició dos misas campales, mantuvo sendas reuniones con distintos sectores de la Iglesia y la sociedad civil y un encuentro con el presidente Rafael Correa y sus ministros en el Palacio de Gobierno, quienes también asistieron a la misa de Quito. La agenda del Pontífice incluyó visitas al colegio Javier, la Universidad Católica de Quito, la Iglesia de San Francisco y la parroquia El Quinche, sede de uno de los santuarios más importantes del país.
Apenas arribó a país andino el 5 de julio, la máxima autoridad vaticana recordó visitas anteriores por motivos pastorales y manifestó que en esta ocasión lo hacía como testigo de la misericordia de Dios y de la fe de Jesucristo, que “durante siglos ha modelado la identidad del pueblo ecuatoriano”. Aunque sin referirse de manera puntual a los problemas que enfrenta el Gobierno, que denuncia “un golpe blando” protagonizado por sectores de la extrema derecha y algunos de la izquierda tradicional, el Papa dijo que en el Evangelio se pueden encontrar las claves que permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación.
En la ceremonia de bienvenida el Pontífice reclamó poner especial atención “en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que todavía toda América Latina tiene”. A su vez, extendió al Presidente el compromiso y colaboración de la Iglesia “para servir al pueblo ecuatoriano, país que se ha puesto de pie con dignidad”, manifestó.
El 6 de julio, tras visitar Guayaquil, cerró una extensa jornada desde la Catedral de Quito. Frente a la plaza Grande, instó a “que no haya diferencias, no haya exclusivo ni gente que se descarte. Que todos sean hermanos. Que se incluyan a todos y no haya ninguno que esté fuera de esta gran nación ecuatoriana”.
En el Parque Bicentenario de Quito, ante más de un millón de personas, hizo al día siguiente un llamado espiritual a luchar por la inclusión social a todos los niveles. “Es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costilla de los más pobres, de los más excluidos, de los más indefensos”, aseveró ante el aplauso masivo de los fieles.
“Para que no haya diferencias y exclusivos, para que no haya gente que se descarte, que todos sean hermanos. Que se incluyan a todos y no haya ninguno que esté fuera de esta gran nación ecuatoriana”, fue el mensaje del Papa al finalizar su visita.
Luego de la partida de Francisco desde el Aeropuerto Mariscal Sucre, en Tababela, el mandatario ecuatoriano exhortó sobre los mensajes que dejó del líder de la Iglesia Católica: “Dice cosas muy profundas que todos deberíamos asumir, reflexionar y practicar”.
Desde Quito, Patricio Xavier Pérez
La encíclica ecologista de Francisco
“Entre los pobres más abandonados y maltratados está nuestra oprimida y devastada tierra”, se lee en la Carta encíclica Laudato Si’ (“Alabado seas”) del Papa Francisco, publicada el 24 de mayo. Allí plantea “líneas amplias de diálogo, de orientación y de acción” para los individuos y la política internacional, con el fin de “salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo” y “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.
En seis capítulos y 245 puntos la encíclica desarrolla el problema del deterioro ambiental del planeta. Desde el comienzo se argumenta la necesidad de construir una “ecología integral” desde distintas dimensiones humanas y sociales para abordar todos los factores causantes de la crisis mundial actual y combatir al “paradigma tecnocrático dominante”.
Conceptos y extractos centrales
Contaminación y cambio climático conforman un primer punto de la encíclica. Francisco denuncia que “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. Y alerta que el calentamiento global “afectará la disponibilidad de recursos imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola”.
También se posiciona a favor de los países más pobres, al asegurar que “los peores impactos (del calentamiento) probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo”. “Hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas (entre Norte y Sur)”, asegura. Y condena “el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos”.
Para avanzar en la resolución de estos problemas plantea que “la humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo”.
Otra preocupación es el agotamiento de los recursos naturales, principalmente del agua y en particular “la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días”. Repara en “la contaminación (del agua subterránea) que producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales” y denuncia la tendencia a su privatización. Augura que “es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones”.
Más adelante critica el “actual modelo de desarrollo”, que incluye “los efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad (…) Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social”.
Dos problemas de fondo son “el principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración (y) es una distorsión conceptual de la economía”, y “el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas”.
Propuestas de acción
La respuesta a la crisis que expone la encíclica, implica por un lado “avanzar en una valiente revolución cultural”, que incluye una nueva antropología porque “la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad”.
En cuanto al aspecto económico, manifiesta que “para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial”, especialmente la de pequeña escala, por lo que recuerda que la economía campesina “sigue alimentando a la mayor parte de la población mundial”. Los pequeños productores deben recibir un “claro y firme apoyo” de los gobiernos, exige.
Califica a “la actividad empresarial” como “una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos” y aclara que “la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común”. Además plantea una necesidad imperiosa de que “la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida”.
Al final propone “desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo” para “dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo”, que necesita de una “conversión ecológica”. La organización de redes comunitarias será clave para resolver estos problemas sociales, apunta.
Bolivia: radicalización del discurso
Las posiciones conservadoras de la Iglesia Católica, su cercanía a los intereses del capitalismo internacional y su crítica a las posiciones antimperialistas, por una parte, y la fuerte arremetida del gobierno boliviano contra la iglesia boliviana, la reforma constitucional que ha determinado el carácter laico del país y la existencia de una jerarquía muy comprometida con posiciones conservadoras, por otra, han sufrido un fuerte remezón cuando el Papa Francisco y el presidente Evo Morales marcaron posiciones en sus declaraciones y discursos públicos durante la visita a Bolivia el 8, 9 y 10 de julio.
El regalo de Morales al Papa de la hoz y el martillo con un tallado sobrepuesto de la imagen crucificada de Jesucristo, obra del teólogo de la liberación Luis Espinal, asesinado por la dictadura boliviana en 1980 y el contenido gesto de rechazo de Francisco causaron revuelo mundial.
Se destacaron la posición solidaria del Papa jesuita con el reclamo del derecho marítimo boliviano y sus declaraciones valorando positivamente el proceso de cambio impulsado por Morales desde hace 10 años y las movilizaciones y acciones de los movimientos populares en América Latina y el Caribe. Dejó así en una situación incómoda al gobierno de Chile, a la Conferencia Episcopal Boliviana y a los sectores católicos conservadores, que han sido uno de los eslabones más fuertes de la oposición a las políticas de reformas y nacionalizaciones de Evo Morales.
Quedó desconcertado y fuera de acción el sacerdote español Mateo Bautista, quien a pocas semanas de la visita papal impulsó una campaña contra el gobierno desde Santa Cruz de la Sierra en relación a las políticas de salud, amenazando con denunciar ante el Papa –su “amigo”, según él– a las autoridades nacionales. En esa misma situación quedaron los obispos y la alta cúpula católica que han estigmatizado desde los púlpitos las políticas oficiales.
A su vez Evo Morales se ha convertido en un óptimo mediador del acercamiento entre Francisco y los movimientos sociales y populares de América Latina y otros continentes. Reunió en Santa Cruz de la Sierra a más dos mil delegados que se convirtieron en el auditorio más destacado de la visita papal al país. Frente a ellos, el Pontífice destacó la lucha popular por “tierra, techo y trabajo”, valoró la resistencia de las fuerzas populares a las políticas liberales, atacó la concentración oligopólica de los medios de comunicación y pidió perdón por la brutal colonización de América.
Por su lado, el Presidente señaló que, como católico, ahora sentía que tenía un Papa y pidió la protección del “hermano Francisco” ante posibles atentados contra su vida por haber adoptado posiciones críticas al imperialismo. Pero criticó la posición de la Iglesia Católica durante el período de Juan Pablo II por favorecer los intereses de los sectores capitalistas e imperialistas en América Latina y el Caribe.
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