9 de febrero de 2016

Espinas


Le pica la cicatriz, le provoca esa comezón especial que no llega a ser del todo incómoda, un picor que lo mueve a acariciar lentamente el pómulo izquierdo, que se hace familiar, que no genera esa manera de rascarse que parece agresión.
Había inventando mil excusas para justificarla y ahora solo se reía mientras el avión avanzaba sobre la línea fabulosa del Paraná.
Cuánto lo había marcado, era todavía una cuenta que no había conseguido cerrar.
En eso pensaba, distendido.
El viaje era de negocios, no había vuelto a Corrientes desde hacía años, desde aquella época de estudiante, desde esos tiempos en que el río ejercía ese mágico magnetismo sobre él.
Antes, durante y después.
Siempre el río.
El diario estaba entretenido, todas esas fotos del carnaval, el dorado de arena de la piel de las pasistas, las reinas, las plumas, esa exhuberancia, fuego artificial de una vieja burguesía decadente de la que las mayorías se apropian porque es la fiesta que le dan…
Sin embargo no conocen la otra fiesta que arma el pueblo, jugando con agua, organizando fiestas del calor en las casas de los barrios con calles de quemante arena amarilla, ese fuego lindo que se enciende entre los tapes como se dicen ellos, donde asoma el guaraní para el amor, donde hay fiesta si alguno tiene para el gasoil de la camioneta para llegar a la costanera a verse un poco.
Tanta miseria que se esconde, en fin.…, pensó y le volvieron los días de la militancia, de las peleas con los imbéciles de la Franja Morada, de la universidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode…
El descontrol de las fiestas, la guitarra, las discusiones, el amor, el sexo… todo lo acomodaba en grandes carpetas en el escritorio imaginario de computadora en que se convirtió su puta cabeza de tanto andar detrás de los números, de los negocios, de la vida anodina a la que te lleva inevitablemente esta mierda.
En eso estaba cuando vió en las fotos a la dueña de su cicatriz.
Sus ojos se alteraron, como esos remolinos del río cuando comienza a cargar agua, esos remolinos que conoció por dentro, dejándose ir por la corriente fría como en letargo, como recorriendo las cuerdas de una soga infinita, hacia el lecho, cuando pudo ver allí dentro de todo ese mundo las claridades aquellas que lo conmueven hasta hoy.
Era ella, no podía ser otra, pero era un imposible.
Se incomodó.
Estaba igual y habían pasado 20 años, todo lo que intentó ordenar en ese tiempo eterno en la cabeza y el corazón se desmoronaba como la frágil estructura de los sueños.
_ Abróchese el cinturón!, Señor?!, le pasa algo, la azafata tardó en encontrarle la mirada, en conseguir que la atendiera, en dar ese sacudón justo que lo hizo volver del remolino
  • Está bien?!, dijo mientras notaba cierta extrañeza en los ojos de todos los que estaban en su fila, de los que se daban vuelta de las filas anteriores, la curiosidad de los de atrás. El miedo viaja rápido y en los aviones, cosas de la velocidad, lo hace aún un poco más.
  • Estoy bien, alcanzó a decir con una voz que tuvo al fin paz
Al tiempo estaba en la enfermería del Kambá Punta recibiendo una inyección que apenas pudo con la corriente de sus ojos.
Se repuso un poco, acusó al jet lag y se propuso subir al taxi, cerrar el episodio.
Hablar con el taxista le cambió la vida.
Fue como abrir una puerta en el tiempo
Se sintió desde siempre en esas calles, pidió que apagara el acondicionador de aire, que se abrieran las ventanillas y rápido supo del sutil perfume del Ybyrá Pyta, se contagió de su maravilla.
  • I pora pe ybyrá mata, yvoty sayju che pya...
  • ...Aninde japu porteño...
  • ...Che formoseño
  • ...I pora entonces,

La complicidad, las preguntas del fútbol, qué fue de Mandiyú, de Boca Unidos, esa cosa sencilla de contacto, el ir y venir de las almas.


II
Pasó finalmente la reunión de negocios, la venta era segura y solo había que ver qué posibilidades había de que el margen de ganancia personal se incrementara negando la posibilidad del descuento. El no siempre efectivo arte del vendedor.
Caminar la costanera Sur le resultó novedoso, la playa estaba distinta pero tenía a su vez la misma locura amarilla en su interior porque las arenas del Paraná tienen una especial electricidad.
Pensó en charlarlo con el cliente mientras salían del restaurante pero solo comentó de la belleza de la terraza al río.
  • Me quedo por aquí , dijo entonces cuando el otro se ofrecía para llevarlo hasta el hotel.
  • No hace falta me voy caminando así veo un poco el paisaje, bromeo perdiendo los ojos detrás de una patinadora.
  • Ta bien, cuídate chamigo, mirá que las correntinas tienen payé, le dijo como gracia de despedida.
  • Sonrío, saludó con la mano alzada, giró y salió a caminar entre el gentío que florecía en la costanera.
  • Gente en los sillones de tira, jóvenes con la alegría a cuestas,
Marcha caminata de aquellas que había hecho en la juventud, en un espacio diferente que le daba cierta tranquilidad.
La imagen del puente se agrandaba a su paso, sabía que una vez que lo cruzara por debajo ingresaría en la antigua costanera, en aquellas veredas que le cambian la sangre.
Como todo en el movimiento, sentía las dos fuerzas, la que lo impulsa y la que lo detiene, la que mueve los pasos y la que fija la mirada en la lejanía, que presiente verá algo más allá de los ojos.
La otra detiene, siembra temor, preocupa, establece categorías, sabores en la boca que siempre se borran con una cerveza helada.
No pudo evitar ver el río acariciar las piedras coloradas y huecas, él sabía de esa melodía, pero no se podía escuchar allí arriba con tanto auto con parlante, tanta risa, bulla maravillosa al fin.
Se acercó a la baranda, estiró la cabeza en dirección a la orilla y comenzó a percibir el rumor, la palabra preciosa, ayvu itare-
que se hacía necesario, no iba a ser fácil la cuestión, había visto como de reojo, de verdad, la presencia de aquella vieja toma de agua y energía, ese lugar.
Allá ibamos a fumar porros y delirar con las lunas llenas, entre amigos de la facultad, en realidad locos de todas las facultades, de derecho, de comunicación, medicina, todas las que están en Corrientes de ese engendro importante que es la Universidad Nacional del Nordeste.
Era como una terraza en las bajantes y se convierte en extraño y peligroso muelle en las crecientes.
Para tomar coraje, pensó en bajarse y sintió temor y aquella cosa pastosa en la boca.
Era hora de buscar la cerveza helada.
Es maravilloso hacer equilibrio en las hileras, sobre todo si se alcanzaba el atardecer, los juegos de sombra, la posibilidad de la broma con los pescadores, la sensibilidad de un lugar especial.
“Formoseño”, le decían los primeros compañeros, “Clorindense”, se empeñaba en explicar. Le brotan los recuerdos en ese bar terraza donde el mozo trae la primera Quilmes.
"Hugo Samaniego, hijo de paraguayos, clorindense, argentino" decía con esa tonada guaraní que discriminan los porteños hijos de puta.
Una cosa es que discriminen los porteños, otra bien diferente es que lo hagan los correntinos, y los chaqueños, indios igual que nosotros, que se van a hacer por estar un poquito más al sur.
Eso es lo primero que le revienta al ver como el mozo toma una cierta distancia de respeto a causa de que él ahora suena a porteño.
El guaraní ayuda
Y el hablar con la gente te acomoda la manera de percibir las cosas, de sentirse en profundidad.
Necesitaba hacer la pregunta
¿Siguen saliendo sirenas en el río?
Cualquier cantidad, como siempre, le dijo el mozo mientras hacía el gesto de esperar un minuto apoyando la bandeja sobre el índice, mostrando los grandotes dientes blancos en un carcajada cómplice.
Hay cosas peores, pensó
Con la segunda cerveza tomó coraje y fue a inspeccionar el lugar-
Si todo estaba bien, sería fácil llegar a la vieja toma.
Necesitaba ir allí con todo su temor, con la intriga encima.
Enfrentar el miedo es vencerlo, se dijo.
Bajó por la vieja escalera que lleva a la playita. La pena lo dejo un rato parado frente a un recuerdo y allí comenzó a sentir nuevamente esos remolinos en la cabeza como si fueran flash backs muy intensos, como si estuviera entrando y saliendo en una puerta que se abre a otras dimensiones.
Ahí estaba. Perdido , mirando hacia el río cuando, el humo dulce lo trajo para este lado de las cosas.
Un grupo de chicos y chicas fumando porro escondiditos de nada, al descubierto por las risas incontenibles, maravilla de los dioses.
Pelado, querés?, le preguntó ella
Una correntinita Yvoty de labios color carmín,
Si claro, dijo el
Le dio dos pitadas y se conectó con las chicas y muchachos que discutían sobre el peronismo.
Es una pasión argentina, definio el doctoral
Alguna razón deben tener los filósofos telúricos, tipo Heiddegger, el nazi, de que se crea una suerte de espíritu de cuerpo, de tribu.
Bueno, hoy en día electrónicamente los credos se sostienen de manera más sencilla, especuló, ante la admiración de algunos y la cara de estar viendo un chanta intergaláctico de otros.
Alguna vez creyó en la revolución?, le pregunto una flaquita que tenía en cambio una exuberante inteligencia, un brillo especial-
Claro, les dijo.
Pero la revolución nos se hace, se organiza” dijo Lenin.
Como explicar todos esos años
No tenía sentido, les dijo que prefería escucharlos, que le ayudaban a comprender las preocupaciones de hoy, la suyas eran en realidad demasiado chatas
Noto algo
Quizá les podría contar una parte de todo aquel secreto,
Los vio inquietos en un momento mientras el cabildeaba
Metió la mano en el bolsillo, quitó un billete grande y se los dio para comprar cerveza, era, lo mejor que le había pasado en los últimos dos años de su vida, no lo iba a arruinar metiéndose en su tonta cabeza una vez más.
Tenía un par de horas
Se fue acomodando, le fue dando la espalda a la vieja toma de agua
Mañana seria otro dia,

Amó aquella vez como si fuese la última, canturreaba feliz en la mañana, la belleza de aquella flaca estudiante tendida al sol que se filtraba.
No había nada que le impidiera seguir adelante, había en su rostro la fuerza del valor.
Había cosas que se podían reparar y otras que necesariamente siguen adelante ya quebradas.
Cest la vie.
Decidió tomar un paseo de barco.
Querés ver Corrientes desde el río… preguntó
Siiii dijo ella desde entre el sonido de la ducha
Se le ocurrió era la manera mejor de acercarse al lugar desde una mirada distinta, para ver más cosas.
Al rato estaban en otra.
Te vistes con palabras, le dijo
Ella reía maravillosamente, y hablaba y hablaba
Ese gesto le hizo acordar de aquella mujer con la que nunca cruzó palabra alguna, a la que entendía desde la piel, las miradas, los profundos sonidos de una música que siempre quizo poder reproducir y jamás lo pudo hacer.
Se abstrajo hasta que ella lo rescato con un beso rápido esos que ayudan a despertar.
Había que ir si
Y tenía miedo.
Y toda la ansiedad del mundo
Tuvo un repentino sudor frío, la heladera recorrió su espina dorsal y después se fue
Ella consiguió el taxi en la vereda y la marcha en esa primavera tenía todo lo especial que hace falta,
Así con el domingo tranquilo llegaron para el muelle, subieron a la lancha y comenzaron a ver la ciudad desde el río, algo que él no había hecho nunca en esa extraña totalidad que proponía el recorrido.
Darse cuenta entonces que estuvo en algunas piedras de la costa, en algún banco de arena de en frente, en cada una de las cosas
En el torrente especial que articula el canal al doblar las puntas las siete corrientes.
Así se fueron acercando al lugar, bastante veloz todo mientras los pasajeros se preparaban a pasar por debajo del puente, el miró el sitio y pudo darse cuenta que podría llegar, no tan fácil como antes, pero podría hacerlo.
Eso lo calmó.
Disfruto del resto.
Había aprendido a leer el río y el poema de esa mañana estaba dedicado a él.

Despidió a la chica en el muelle del puerto, adujo un almuerzo de negocios y caminó hacia el centro una media cuadra hasta que se aseguró que ella subía al taxi y se iba, que lo iba a llamar por teléfono, que cenaban juntos, ella sin saber.
Hugo volvió sobre sus pasos y fue a buscar a los pescadores, a cualquiera en realidad que le alquilara una canoa.
Lo consiguió más temprano que tarde, pero ero mediodía y el necesitaba el atardecer.
Igual le llevaría un tiempo remar, igual le llevaría tiempo llegar al sitio, un tiempo que apenas fueron un par de horas.
Así que desembarcó en la playa de al lado y se durmió tendido al sol.
Apenas coloreo el primer naranja en las nubes del cielo se supo en la hora y se acercó a la estructura. Había un guardia que eligió mirar el tránsito y las chicas en la costanera, así que no habría problemas.
Subió de memoria, sintió el cuerpo cansado por los años, pero tuvo un contacto eléctrico con las cosas buenas de la memoria.
Allí encaramado, se preocupó en perder la sombra detrás de una columna, en preparar las líneas para la pesca, en disponerse a esperar.
A leer el río
Los claros remolinos, las voluptuosas corrientes, los remansos como hoja en blanco, con ese texto aparente y misterioso, con todo escondido y expuesto.
Ella siempre le dejaba unas líneas de un violeta esencial que eran una danza de filigranas que después mudaba a rojos u azules, todos perceptibles claros, brillantes en las aguas de arena y piedra del Paraná.
Las esperaba ansioso.
Vio entre tanto el tornado voluptuoso de un manguruyú explicar algún dominio, la carrera sigilosa de los pirai.
En la esquina exacta en que la tarde se hace noche, detrás de un delicado poema de increíbles aguas de colores la sirena del río se dejó oir.
El ya no tuvo oídos para otra cosa, se aferró a la columna de ese extraño mangrullo de cemento, hasta que la sintió llegar, la boca abierta sobre su abdomen.
El abrazo luego, los ojos en que perderse, el beso eterno para ir bajo las aguas.
La narcótica voluptuosidad de la carne, el instante de eternidad.
Se sintió desnudo y liviano al sol al despertar en el banco de arena.
Tenía una escama transparente y filosa clavada entre las costillas, ella eterna metida en el cuerpo, una futura segunda cicatriz.
Sonreía lívido cuando lo rescataron los pescadores.
  • Que ta te paso chamigo?, le preguntó el mayor cuando se dio cuenta que no estaba tan loco.
  • Me pelee con mi pendeja… dijo Hugo en un murmullo.
  • Qué boludo, te quisiste matar
  • No
  • Peina...! ... mejor...
De las heridas de amor habla insistente el río en sus poemas para las nubes.
Jorge Zárate

19 comentarios:

  1. Que buen material Jorge! Felicidades!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Vilma, muchas gracias Sole querida!!

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno chamigo. Realmente viví la historia con mucha vibra. Y el paisaje correntino hace que esas bellezas te transporten..un abrazo Jorge. Me gusto mucho.

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno chamigo. Realmente viví la historia con mucha vibra. Y el paisaje correntino hace que esas bellezas te transporten..un abrazo Jorge. Me gusto mucho.

    ResponderEliminar
  5. Gracias Melisa!, Gracias Santiago querido!!

    ResponderEliminar
  6. Genial, Jorgito! Digno de tu pluma. Me sentí algo identificado

    ResponderEliminar
  7. Genial, Jorgito! Digno de tu pluma. Me sentí algo identificado

    ResponderEliminar
  8. Genial, Jorgito! Digno de tu pluma. Me sentí algo identificado

    ResponderEliminar
  9. Gracias Adry, gracias Ale querido, abrazo!

    ResponderEliminar
  10. Profundo como las aguas del paraná, como el amor que nace del alma. Me encanta!!!

    ResponderEliminar
  11. Excelente. Atrapante.

    ResponderEliminar
  12. gracias Uknown jaja! Abrazo Celia querida!

    ResponderEliminar
  13. Recién ahora me doy el tiempo de leerte. Siempre un gusto disfrutar de tu prosa! Salud!

    ResponderEliminar
  14. Siempre un gusto disfrutar de tu prosa! Salud!

    ResponderEliminar