7 de junio de 2016

Cuando la vida se impuso a la dinamita

Salir corriendo es lo primordial, poner a salvo la vida, porque después del estruendo vendrá una lluvia de piedras de distintos tamaños y es peligroso.
“Lo hicimos por años, salíamos corriendo llevando los chicos a la rastra”, cuenta Ramona Flores desde el portón de su casa en una de las laderas del Cerro Ñemby.
Son cuatro los barrios que le fueron creciendo alrededor, Los Naranjos, San Miguel, Rincón y Caaguazú que sufrieron por décadas las ondas expansivas que se extienden hasta mil metros a la redonda de una zona que tiene una población en crecimiento.
Grietas en las casas, polvo en las ropas del tendal, en los pulmones de los chicos que van creciendo, la relación de la gente con una mina urbana tiene aristas agridulces.
“También mucha gente trabaja allí”, cuenta Isidro Parra.
Después del abril pasado, de las primeras protestas de este proceso, la gente recuerda que las detonaciones fueron crecieron en el último tiempo hasta convertirse en 4 por día, una nube de polvo casi permanente sobre las casas, la gente quitando la ropa de los tendales con un reloj marcado por las explosiones.
Las hacían a las 12 y las 17.30 recuerda Alberto Ferreira, director del turno tarde de la Escuela San Pedro y San Pablo, que está apenas a 400 metros del cerro, que tiene también las grietas provocadas por el temblor en sus paredes.
Se recuerdan los daños en lo que hace a los recursos hídricos. “Llegó aquí a formarse una laguna que ellos desagotaron”, cuenta la gente memoriosa, pero no es lo único, también parecen haber dañado nacientes del Acuífero Patiño que surgen debajo de la cantera. “Durante años taparon las nacientes para que no se les llene de agua, lo hacían con cementeo hidráulico”, cuenta Sofía.
También hay mitos, rumores en la vecindad. “También sacan pepitas de oro de aquí. Trituran la piedra, la lavan y sacan oro”, dice Georgina González en el campamento que los vecinos hicieron en la cima del Cerro esperando el cese de la explotación.
Lo cierto es que ese impresionante volumen de agua se iba por un canal que golpeaba los terrenos de los vecinos, el caudal erosionando el fondo de algunas casas como la de Pabla Armoa que casi se quedó sin patio.
Se repite en los relatos el recuerdo de las autoridades que nunca dieron apoyo.
Son 50 años de explotación, un bocado del tiempo que se comió medio Cerro, así como se ve en las imágenes tomadas por el drone de La Nación.
Hugo Céspedes de la comunidad recuerda que las luchas ya comenzaron en el año 2007 bajo la impronta del padre Pablo. “En aquella ocasión ya lo habían amenazado de muerte, pidiéndole que se retire de la pelea, fue un proceso difícil para todos porque el padre tuvo que mudarse a otra parroquia en Altos”, contó.
Las cosas continuaron en el 2012 con acciones ante la Fiscalía, la Secretaría del Ambiente (SEAM), la Gobernación, sin mayores resultados, hasta que en abril pasado se volvieron a abrir unas pequeñas compuertas para intentar la recuperación
“También esta vez nos amenazaron de muerte, un empleado de la empresa que pasó y nos dijo que nos iba a bajar a escopetazos de aquí. Denunciamos a la policía y ni siquiera se dignaron a venir. No fue fácil”, dice.
Sonia Leguizamón de la nueva generación de luchadores por el Cerro, acompañó a estos cronistas por un sendero hacia la cima, desde donde puede apreciarse el impresionante paisaje del valle del Acceso Sur, un mar de verde en el que asoma la Gran Asunción.


“Creemos que aquí se puede hacer un centro turístico de muy buen nivel donde se pueda practicar senderismo, rappel, bicicleta de montaña, se pueden poner tirolesas y si soñamos, por qué no un anfiteatro como vi que se hizo en Europa en una vieja cantera o una aerosilla o telesférico”, expuso.
El intendente Lucas Lanzoni (PLRA) negó haber politizado el tema tal como lo acusan tanto desde la empresa como sus opositores políticos. “Esta es una demanda ciudadana, aquí estamos con concejales de todos los partidos, el cierre es un acto de justicia”, dijo. Agregó que la idea es que el mismo se transforme en un espacio público para la gente, un parque temático, “algo que compense tantos años de explotación, son 57 hectáreas que ayudarán al esparcimiento, la recreación”, resumió.
El director Ferreira reflexiona “es lo que enseñamos en la escuela” y pierde la mirada en el Cerro que se ve diáfano en el día.
Despúes saluda a los chicos, les cuenta por qué estamos allí. Les pregunta:
¿Es un recurso renovable o no?
“Nooooo” gritan todos a coro, las sonrisas anchas, las miradas claras, el Cerro de fondo, con su herida, con la belleza de su vegetación altiva, con el vuelo de los yryvus curiosos de toda presencia.
Algo nuevo surgirá de los sueños de los niños.
Jorge Zárate

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