A pesar de no estar en esa situación, el Hospital Central del IPS tiene el rostro que un centro médico adopta cuando hay un conflicto bélico, una catástrofe natural de grandes dimensiones, una epidemia de un mal incontrolable.
Las camas puestas en los pasillos, en la sala de espera de Urgencias, la gente haciendo cosas increíbles para que atiendan sus pacientes, todo en medio de un hospital siempre en refacciones, donde el lucro de unos pocos asombra.

Se venden empanadas al lado de donde uno saca turnos, la gente se arremolina sobre un pequeño bus que va cargado como una lata de sardinas entre el ingreso y la explanada, una película del realismo paraguayo más brutal: La desidia y la sumisión, la impunidad y la aceptación popular del maltrato como si fuera un karma astral irrenunciable, como si sus aportantes no dejaran mensualmente unos 100 millones de dólares de los que el 40% se deberían destinar al sistema de salud.
Allí se repite la escena reiterada de la desigualdad en extremo.
La cola en la farmacia es una metáfora de lo interminable: “Después de 1000 años llegas y te dicen -no hay ese mamita.. toma paracetamol..se prohibió en todo el mundo pero baratiiiiito es por eso tenemos..”, se ríe María Agustina comentando esta situación.

El negocio de las farmacias de alrededor es inescrupuloso, inadmisible pero diario.
“Todo hay que comprar afuera, el personal es en general buena onda, las enfermeras te ayudan a no gastar tanto, te hacen comprar lo justo, pero no tienen un insumo serio”, describe Elena cuyo padre falleciera apenas días después.
Llegar al hospital es otro drama imposible “el viejo se levantó temprano el otro día para sacar turno para mamá y nunca pudo conseguir. Imaginate que la otra que nos queda es ir directo, te tenés que ir a las 9 de la mañana para pescar alguien que devolvió el turno para que te atiendan recién después de las 14, estamos hablando de adultos mayores”, se queja José María.

“Camboya” le dicen los médicos al área de Urgencias de adultos.
Preocupa también la circulación de virus y bacterias, entre ellos la KPC, microorganismos que provocan las infecciones intrahospitalarias, un clásico del Hospital Central, un espacio en el que cohabitan miles de personas.
Es claro que el problema es estructural y que sólo se resolverá utilizando el dinero del IPS en hacer crecer su capacidad de asistencia con nuevos hospitales, más personal médico y una red de farmacias seria.
Para explicar la situación vale señalar que el 59,4% de los asegurados reside en en Asunción y el Departamento Central, a donde se destinan el 71% de los recursos médicos del IPS y dónde tiene también el 72,85% de las camas, de un total de aproximadamente 1.800 para servicios de atención de salud.
Los trabajadores de blanco sienten que algo se puede llegar a descomprimir con la habilitación de la ampliación de la clínica Ingavi en Fernando de la Mora. Serán 600 camas nuevas, pero la obra no es que avanza a paso acelerado.
Benigno López después de su pésimo paso al frente del IPS, fue premiado con el Ministerio de Hacienda por el futuro presidente Mario Abdo Benítez, más por hermano y sus habilidades en el mundo financiero que por resultados.
Sus excusas no merecen ser expuestas, aunque si mencionar que las farmacias están desabastecidas porque se deben 100 mil millones de guaraníes a los proveedores. Dijo en su descargo que comenzó a construir 14 obras que ayudarán a superar este cuello de botella en la atención, este colapso que es a todas luces un fracaso de gestión.
Entre tanto la gente reconstruye esa indómita solidaridad que saca adelante las cosas, aún en este contexto dramático.
Que tiene mil formas, como la presencia de Dani Pirú Pucú el arpista que alegra a los enfermos, las miles de manos que la gente se da entre si como construyendo una red de contención.
Esto contó la escritora Milia Gayoso Manzur, que cuida a su mamá en estos días en el Hospital Central: “Es casi medianoche. Hoy somos tres acostados en el suelo: el esposo de doña Virina, la acompañante de una tercera enferma que hoy se sumó a esta pequeñísima habitación, y yo.
A pesar de que tengo como colchón, dos frazaditas de polar, un almohadon fino y una almohada de “verdad”, añoro a mi adorable cama.
Le presté una mantita a la nueva acompañante que se ubicó sobre el piso frío, con apenas una almohadita.
El esposo de Virina ronca sobre su liviana colcha y su almohada hecha con su campera.
La enfermera prende la luz para medir el nivel de azúcar de mi madre. Aplica un analgésico a la nueva habitante y vuelve a apagar la luz.”.
Jorge Zárate
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