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Ilustración de Federico Caballero. |
El espejo me mostraba como en un cuadro de Federico, distorsionado y real.
Abrí la ducha y el agua en la boca me reveló el corazón aprendiendo a latir, el sol naranja filtrando en la ventana. Despertar no es sencillo, es rito sensual, extraño, un camino que creemos conocer aunque siempre cambian las señales.
Me sentí pleno, nuevo, algo había en el tenor del aire.
Nos habíamos amado con la luna roja, con los aceites que ella usa para fluir en mí, sintiendo en aquella danza tibia que no era lo mismo que con las otras lunas, con la que es azul algo se elastiza el tiempo, con la que es plata no viene el mismo amor, sus matices, sus brillos provocan lo extremo.
Pensando lunar me detuve en mi abdomen, en cómo podía mudar la propia piel mientras el agua corría en esas cascadas mínimas que te vuelven mineral, roca un instante, árbol también.
Me dejé secar, solo posé las toallas, después las acomodé para no hacer ruido.
Nos toca el amor del sol naranja, de este frenesí que se prepara.
Estoy atento a que saldrá en breve un sol violeta que solo nos deja un momento de horas.
Tiempo que se acelera en la ansiedad de este instante en que es tersa la espera, en que mis escamas tienen ese olor a fuego nuevo.
Solo me paro a mirarla y uso telepatía.
Parado y tieso, mi cuerpo abierto envía el mensaje, ese solo sentir, esperando ver su reacción, su despertar
Debo decir que vi la inocencia más absoluta en el instante en que los párpados perdieron peso en sus ojos, que hubo un momento en que ella era del universo.
Me arrojo entonces.
Carnal es todo cuando penetro y pierdo la noción del movimiento, consigue darme vuelta y decide su viaje en ese tiempo suyo que dura lo que tardo en conseguir darla vuelta, sus garras arañan mi espalda y duele que somos un solo y gigante reptil respirando el buen calor de nuestras bocas, ella se viene en mí y entonces me voy en ella, justo cuando presienten las lenguas que comenzamos al fin.
Jorge Zárate
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