El
centro de religiosidad popular de la avenida Molas López, donde está
emplazado el santuario del cadete Benítez, tiene una deuda de G. 65
millones de impuesto inmobiliario con la comuna de Asunción. “Si no
podemos pagar, iremos a remate y se acabará toda esta milagrosa obra”,
dice Domingo, hermano de Alberto Anastasio Benítez.
Es sábado y hay un desfile incesante de familias, parejas, personas que
llegan munidas de sus botellas de plástico para llevar el agua del ykua
milagroso de Villa Guaraní. La familia Benítez, custodia del lugar,
vive una paradoja. El sitio de la avenida Molas López, donde está
emplazado el santuario, tiene una deuda de G. 65 millones de impuesto
inmobiliario con la Municipalidad de Asunción. Mientras, reclama una
indemnización por la cruel ejecución del cadete, que debe decidir la
Corte, por unos G. 1.200 millones.
“Tengo 77 años y vengo al menos desde hace 25, imagine”, cuenta Marta
Casco con el gesto único de contar los años que se da dentro de los
ojos. De allí parece surgir el recuerdo del “milagro” que el agua del
ykua del Kurusu Cadete hizo en sus manos, en esas que prenden la vela de
homenaje. “Trabajaba en costura y no podía manejar la tijera, así que
me encomendé al cadete y puse el agua en mis extremidades y pude seguir
trabajando”, cuenta la mujer.
Domingo es el custodio del lugar, hermano de Alberto Anastasio Benítez,
el cadete del Liceo Militar asesinado en las mazmorras de la cruel
dictadura de Alfredo Stroessner.
Cristolvina Ojeda se quiebra de la emoción cuando cuenta cómo su hija
pudo superar un tumor que le llegó a quitar el habla, con la fe en la
intercesión del cadete, en las aguas milagrosas del ykua. Dicen que el
líquido tiene especial efecto en las mujeres que tienen embarazos
complicados. “Vine en el 83 con muchos problemas y me encomendé al
cadete, tomé el agua, llevé y ahora mi Anastasio es un joven fuerte y
estudioso”, dice Mirta Romero.
Gustavo Meden es suboficial mayor de Caballería, un soldado de porte
marcial que estuvo en dos misiones representando a las Fuerzas Armadas
paraguayas en Haití, ese país que inauguró las independencias de América
Latina y que hoy vive oprimido por el hambre y la miseria a la que lo
condenaron las invasiones extranjeras.
Tripulante de blindados, Meden también se encomendó al cadete antes de
partir. “Le prometí que si regresaba le traería mi boina”, contó. La
ceremonia en la que deposita la ofrenda en el Tataré que hoy preside la
capilla de adoración es conmovedora.
También tiene la memoria de Alberto Anastasio Benítez especial reparo
en los uniformados, cuenta otro oficial retirado de la Fuerza Aérea
mientras mira las gorras y birretes que obran en el altar. “Le ayudó a
mi hija en sus estudios en el arma”, susurra.
Preocupación
Domingo está preocupado por el eventual remate de la propiedad. “Es una
deuda que fue creciendo porque no tenemos plata para pagar”, dice con
alguna desesperación. Espera que alguien destrabe el juicio en la Corte
Suprema de Justicia (CSJ), que algún beneficiado por el cadete interceda
ante el intendente Mario Ferreiro para hacer un plan de pagos, que la
gente haga aportes
“Nosotros custodiamos el sitio, es nuestro mandato, a mi me toca quitar
el agua del ykua, abastecer los cántaros, cuidar y limpiar las
capillas, estamos todo el día con esto y la verdad es que la gente no
deja gran dinero para ayudar, lo hacemos todo a pulmón”, dice Benítez,
que ya sufrió un derrame cerebral y un infarto de corazón a causa de sus
preocupaciones.
“Me curé con el agua, por la intercesión del cadete”, asegura y
recuerda el caso de Rubén Maldonado, que fuera figura del Olimpia y
jugara muchos años en Italia. “El cadete le ayudó en sus cosas del
fútbol y también con la salud de su hijo, por eso, cuando le fue bien,
vino y me dijo para reemplazar la antigua capilla por esta nueva que
ven, él pagó todo, fue uno de los pocos creyentes que tuvo un gesto como
éste”, comentó.
Lo bendito, lo siniestro
La secuencia de la muerte injusta parece no acabar para los Benítez.
Benditos por un lado, perseguidos por ese infesto poder oscuro por el
otro. Todo comenzó con el padre, el mayor Anastacio de Jesús Benítez
Mieres, héroe de la Guerra del Chaco, respetado por la tropa, querido en
el arma, según cuenta su hijo Domingo.
Revistaba en el Regimiento de Infantería 14 de Tacumbú. “Cuando papá
estaba a punto de ascender como teniente coronel, se dio la tragedia que
está en el fondo de todo”, cuenta.
“En el RI 14 también estaba mi hermano Teresio Benítez, que era cabo
primero. Resulta que en ese día en que papá salió a comprar el uniforme
para su ascenso, a Teresio se le ocurre ocupar un soldado para que le
vaya a comprar miel”. Regresando el soldado del cometido se encuentra en
cercanías de la portería con Patricio Colmán, otro oficial jerárquico
del regimiento, un criminal más probado por la Comisión de Verdad y
Justicia (CVJ).
“Colmán era capitán, se fue contra mi hermano Teresio, lo decuereó, le
pegó 36 sablazos, sabía pegar con el sable, mandó llamar un peluquero y
le afeitó la cabeza y las cejas, lo metió a un calabozo oscuro”, cuenta
Domingo.
“Al volver papá, le reportan la novedad en la puerta y corre a buscarlo
a Colmán al casino de oficiales, lo encuentra, lo increpa y cuando este
cobarde huye, le hace un disparo sobre la cabeza para asustarlo”,
relata. Fue un escándalo que los estronistas aprovecharon para acusarlo
de comunista y “epifanista”, seguidor del dirigente colorado Epifanio
Méndez Fleitas, que ya estaba en el exilio.
Anastasio Benítez padre decide entonces retirarse del ejército y poner
una carnicería en Trinidad, en la zona de Villa Guaraní, donde vivieron
toda la vida. Tuvo 14 hijos, de los cuales hoy sobreviven 5. Llegó
después el tiempo en que Alberto insistió para ir al Liceo y contó con
el agrado del padre.
El destino cruel lo hizo tener como compañero de banco a Freddy
Stroessner, el hijo del dictador. Domingo, que reconstruyó la historia
con decenas de valientes testimonios, cuenta que Alberto alguna vez
defendió la impronta de su padre ante Colmán y que Freddy le contó eso
al tirano.
Paranoicos, crueles, los estronistas creyeron ver allí una conspiración
latente, secuestraron al cadete Benítez y se les murió en la mesa de
tortura. Al no saber qué hacer con el cadáver, montaron la escena de un
suicidio en ese lote de los Brinizcki, donde hoy desfilan los creyentes.
“Pretendieron hacer creer que se suicidó, tuvieron preso a Napoleón
Ortigoza durante 25 años, fue, después de Nelson Mandela, el que fuera
presidente de Sudáfrica, el preso político más antiguo del mundo, todo
un montaje que se cayó por los testimonios de muchísima gente, que obra
en las causas de los DDHH y todavía el Estado no nos quiere resarcir”,
comentó. Habrá que ayudar a las aguas santas a hacer justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario