6 de junio de 2021

Hasta siempre, Mario Rubén Velázquez

Entrañable, Mario Rubén no soportaba la injusticia.

Esa molestia inicial, al despertar a su conciencia cívica en la adolescencia, fue un motor principal en su vida y obra.

Defender la libertad se convirtió en un imperativo generacional que lo impulsó a ser parte de un movimiento nacional que horadó la tenebrosa dictadura de Stroessner hasta hacerla caer.

Lo recuerdo haciendo docencia en una escuela secundaria, contando de aquellos años en que el poder degradó la conducta social a escalas nunca superadas, premiando la delación, favoreciendo lo espurio, consagrando lo ruin, restregando la riqueza mal habida.

Fue un maestro, honrando la tradición de su padre que lo fue en su Concepción natal, por la didáctica aprendida, por el don de comunicar que trajo innato y desarrolló con pasión a favor de las mejores causas.

Lector incasable, la literatura le fue vocación natural, la curiosidad, la necesidad de contar, le mostró el camino del periodismo.

La Facultad de Filosofía en la Sajonia de su juventud terminó de forjar las bases de su acción.

Aquella victoria del Frente Autónomo (FAF) en el Centro de Estudiantes fue una señal inequívoca de que la dictadura tenía los días contados. Nunca fue a buscar las copias, pero solía recordar que en los Archivos del Terror, constaban las fichas del seguimiento policial a los jóvenes de aquel movimiento.

En esos días fue la Radio, walkie talkie en mano, la que lo encontró contando las peripecias del 2 y 3 de febrero; lo pueden ver montado a un Jeep con la mirada clara y la sonrisa franca, desfilar frente al Panteón celebrando la caída del tirano.

En Abc Color ya mostró su calidad de periodista, Economía, aquella sección de nombres ilustres, lo vio investigar, ir a lo profundo, del incipiente neoliberalismo al que abrió las puertas Andrés Rodríguez con la saga de injusticias que se propagarían en el tiempo.

En Noticias brilló como reportero de historias comprometidas y difíciles, al punto de poner en riesgo su vida, como le ocurriera en los años en que fue corresponsal en Ciudad del Este.

Ya en La Nación, exhibió su calidad de entrevistador, la capacidad de llegar al centro de la intención de hombres de peso y silencio, como el narco Pavao, el inefable Blas N.Riquelme.

Sin embargo fue en Crónica donde lo suyo fue explosivo, popular, farandulesco y crítico a la vez, colorido, inventiva, un desfile de tapas que puso a un pequeño recién nacido a disputar el tope de las ventas de los diarios consagrados.

Rubén fue también militante del Sindicato de Periodistas (SPP), fue presidente de su Consejo de Delegados, levantó su voz, puso el cuerpo por los derechos de los trabajadores de prensa en el país y en latinoamérica.

Cantor excepcional, motociclista intrépido, el rock era su forma de vida.

Por eso el valor de su última serie de reportajes en el Gran Domingo de este diario donde cuenta una historia que acompañó personalmente,con el coraje de aquella cofradía que supo poner en valor.

La radio y la televisión quedaron en deuda con él, son medios injustos, se sabe. En la primera condujo un espacio de madrugada que todavía se memora y en la segunda fue productor de programas que hicieron escuela.

Escribía, penosamente no publicaba, textos que ojalá vean la luz.

Fue poeta, como su amado Joaquín.

Jorge Zárate


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