Tiene sentido llorar de alegría, es quizá lo más renovador que se pueda vivir, cambia el cuerpo, reenergiza la vida.
Acaba de pasar en Argentina, con el festejo deportivo más grande la historia, cinco millones de personas en las calles celebrando la ansiada tercera copa del Mundo, esa por la que Lionel Messi trabajó como ninguno.
“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel”, dice la canción “Muchachos…” que se canta desde la base Marambio en la Antártida hasta en La Quiaca, la puntita del mapa allá en el norte jujeño.
El domingo 18 de diciembre, día en el que la selección argentina levantó la Copa del Mundo, el tema que compuso el maestro Romero sobre una melodía de La Mosca tuvo 1.578 millones de transmisiones en Spotify, registrando la marca más alta en la historia de la plataforma.
“Papá, quienes son los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, preguntó una nena y con eso hace imaginar la pregunta por cientos de miles en esa multitud que festeja y, ese pequeño detalle de memoria enaltece al himno popular. El periodista Edgardo Esteban, autor del libro “iluminados por el fuego”, que dio lugar a la película del mismo nombre, propone que la copa se exhiba en el Museo Malvinas que hoy dirige. Ojalá sea así, será justicia.
Hijos de los clubes de barrio, estos jugadores ayudaron a liberar una energía especial. Se aprovecha y se pide que esas canchas que hoy aparecen homenajeadas tengan el presupuesto necesario para que no desaparezcan.
El fútbol argentino es esencialmente la expresión de los “potreros” y el deporte es tan amado porque la mayoría de la población alguna vez lo jugó.
Cuando el colectivo descapotable sale del predio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en Ezeiza con los campeones al sol, no tarda en configurarse la imagen de los muchachos celebrando su tercer tiempo, botella de plástico cortada incluída, en la que circula el vino; el vaso gigante de fernet con coca y un tercer brebaje que mezcla energizantes con vaya a saber qué alcohol.
El Cuti Romero quiere terminar el secundario, Angelito Correa compartió la eco de su hija a la que llamará “Lía” en homenaje a Messi, son pibes que se espejan en la multitud.
Se canta, se celebra, avanza el colectivo a paso de hombre hasta que no se puede más, la gente copó las autopistas de ingreso a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) por lo que se suben a helicópteros para ir a ver desde el aire la descomunal movilización.
No es sólo fútbol
Es espíritu, hambre de gloria, no es sólo fútbol y jugar bien.
Mucho tuvo que ver el “Cuerpo Técnico”, nunca mejor dicho, liderado por Lionel Scaloni en poder transmitirlo. Ahí están Pablo Aimar, Walter Samuel y el “Ratón” Roberto Ayala. Todos ellos también quisieron la copa como jugadores y no pudieron.
Fueron campeones mundiales juveniles y amaron siempre la selección y cuando comenzaron su gestión, desde siempre, tuvieron el aval de César Luis “El Flaco” Menotti.
Un ingrediente de pertenencia que estaba profundo en Messi, según retrató emocionalmente Hernán Casciari, un escritor que late fútbol y hace siete años no escribía, en “La valija de Messi”
Como imagen de ello, se puede ver el rostro de la felicidad al final de cada partido entre todos los jugadores de la selección está saltando un gringo lungo, el Fede Gomes Gerth, arquero de las juveniles que vivió la copa desde adentro. Lo convocó Scaloni para completar las 2 parejas de guardamentas en los entrenamientos, ya que en la lista sólo van 3.
Hay otros intangibles, algo hermoso en la foto de Myriam Benítez, la mamá paraguaya de Leandro Paredes, sosteniendo la copa con su hijo. Lo que sabían los muchachos de González Catán, allá en la Matanza, el corazón peronista bonaerense.
Lo sentían mientras iba caminando Gonzalo Montiel a patearle el penal de la victoria a Hugo Lloris.
Mirá si lo iba a errar el pibe que pateaba penales por plata para ayudar a su familia.
Ahora que Montielito lo metió, que la pelota se escurre en la red, que explota el grito con la O enorme, que se quita la camiseta para cubrir su rostro, se rompe en llanto con él y se desata esta fiesta plebeya y popular en la que sólo queda gozar.
Al Lionel capitán se le vencen las rodillas en el centro del campo de juego. Cae y se eleva, extraño misterio: “¡Vamos Diego desde el cielo!”, había dicho en plegaria segundos antes.
Dios sabe que Messi atesora el inestimable precio de la Gloria.
Veo a mis hijas llorar y me acuerdo de mis 15 cuando Diego levantó la Copa y ya se comienza a soñar con que los nietos también lo vivan.
Así es este cuento, “no te lo puedo explicar”.
Jorge Zárate
Links
No hay comentarios:
Publicar un comentario