El fabricante hizo uno por hobby y debido al éxito quiere llegar al millón de piezas. Foto Ariel Galeano/La Nación |
Las palmas suenan fuertes, insistentes
en el frente de la casa. Las puertas que demoran en abrirse, el
ejercicio de la llamada que se repite hasta que asoma un rostro
intrigado.
- ¿Señora, está Don Trompo...?, preguntan los niños.
Desde ese momento Francisco González
se hace llamar así. “Me gustó, me pareció que resumía todo”,
cuenta.
Poco más de un mes antes había
fabricado el primero de sus trompos para su hijo Ulises que tenía 8
años y fue un boom en el barrio. Comenzó a recibir pedidos, a
producirlos en las cantidades que le daban las herramientas que
entonces tenía: Un taladro fijado a un banco de trabajo y una
escofina.
Las primera nota fue en el diario
Crónica y a partir de allí a recorrer “eventos multitudinarios
como la Expo Luque, la de Mariano Roque Alonso, fiestas patronales,
presentaciones en Colegios, en el parque Carlos Antonio López
hicimos una torneada en vivo desde la madera en bruto hasta la pieza
terminada”, recuerda González.
Hace 9 años de todo esto y ya lleva
hechos más de 13 mil trompos desde que “un sábado salí
personalmente con mi exhibidor a hacer una venta callejera en un
súper de la transchaco y recuerdo que lleve más de 100 trompos y
que al final de la jornada volví con 2. Ese fue el trampolín para
que me anime a continuar”.
Todo comenzó como un hobby, como
devolverle a su hijo las emociones de la niñez propia, ese elemento
que se repite cuando todos los que pasan los 35 años ven sus
exhibidores. “Quien más quien menos jugó al trompo, es un objeto
que nos conecta con la niñez...”, dice Don Trompo que hoy muestra
sus trabajos en la calle Palma, en la Costanera y ocasionalmente en
el Jardín Botánico.
“Hay gente que los tiene para
coleccionar. Así que ahora estamos en el tema de la evolución,
piezas nuevas que son trompos con formatos diferentes y formas de
lanzar diferentes con una maquinita especial”, contó.
Los precios parten desde los 20 mil y
van subiendo hasta llegar hasta 100 mil guaraníes, con detalles que
suman, como la punta de acero inoxidable, el soporte para exhibir, el
tipo de pintura, el tamaño, la complejidad, comentó.
“Queremos llegar a hacer un millón
de piezas, aunque no sea yo, que llegue mi hijo o mi descendencia,
esa es la meta, muy ambiciosa pero nada es imposible porque apenas
nos tecnifiquemos, aceleraremos y creceremos...”, confía este
emprendedor.
Jorge Zárate
Triplicar la producción
Francisco
González, Don Trompo, cuenta que pretende triplicar la producción
“con máquinas más veloces, lo que sucede es que los
créditos que tenemos al alcance, que son pocos, están siempre al
borde de lo usurario, es una limitación no solo mía como
emprendedor sino para toda la gente que está dando los primeros
pasos en un emprendimiento. Es así como tenemos que decir no a
ciertos pedidos porque no tenemos respaldo económico. Es el caso de
muchas personas”, indicó. “Este es un negocio familiar en el que
me ayuda mi mujer que hace los hilos y ordena las mercaderías,
también vende frente a la Secretaría de Turismo (Senatur), mi hijo
que está fabricando a punto de cumplir 18 años y conoce desde la
madera en bruto hasta la pieza terminada y mi hija, Rosana que tiene
22 años y está también en parte de la pintura”, contó.
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