4 de enero de 2015

Después de la crecida, Nanawa conviviendo con el agua y el abandono

Clickear sobre la imagen para ver tomas desde el drone de La Nación, operado por Carlos Juri.

Una romería, un gran problema organizado, la gente cargando lo de siempre, comestibles, jabón, aceite, cerveza, el tráfico hormiga que no para a pesar del agua que no acaba de retirarse. Así es Nanawa o Puerto Elsa, como también se la llama todavía.
Ahora estan trabajando muy cerca del puente sobre el río Negro, ese curso que corre paralelo al Pilcomayo, el río que hace la frontera con Argentina, con la hoy muy visitada ciudad de Clorinda.
Una flotilla de combis van cargando lo que trae otra flotilla de canoas y deslizadoras a pesar de que los funcionarios de Aduanas merodean por el río. “Vienen un rato dan una vuelta y después se van, por suerte ahora no están molestando tanto, saben que la gente tiene que trabajar porque venimos de dos meses de inundación y algo tenemos que hacer”, cuenta Cristian Díaz tomando tereré, esperando para hacer el viaje hacia la capital.
Más de la mitad de la población todavía tiene las casas bajo agua. Más de la mitad de la población está en Clorinda, adonde fueron a refugiarse porque allí la asistencia a los damnificados “es mucho mejor, no se puede comparar”, dice Virginio Enciso. En la normalidad son 8 mil habitantes en un distrito de 524 hectáreas, ahora nadie sabe decir a ciencia cierta cuántos están en la ciudad.
“No estamos en un buen momento es fin de mes y no hay circulante, además el cambio no les favorece a los argentinos así que si bien cruzan bastante, no se vende tanto como antes”, dice Alexis Pineda en su puesto.
Todos coinciden en que no hubo una asistencia adecuada, que el estado está ausente a la hora de ayudar a los inundados a volver a sus hogares, que la gente viene haciendo lo que puede y como puede para poder adecuar de nuevo las viviendas. El efecto de las aguas es devastador, la humedad, el olor, algunas paredes que se caen, e inclusive techos que van a faltar porque a falta de chapas la gente los quitó para armarse una vivienda precaria en los altos de la ruta que conduce a Puerto Falcón.
La gente anda en carros tirados por caballos, en motocarros y en canoas que hacen las veces de transporte público en el pueblo. “Es más caro que en la ciudad, para ir aquí nomás tenés que pagar 2 mil y así se va sumando”, dice Alberto Palacios.
En el centro comercial, dos cuadras de negocios y muchos puestos callejeros que se expanden hasta la pasarela, en realidad dos puentes peatonales que la unen con Clorinda, la gente va y viene bajo la mirada dispersa de los gendarmes argentinos.
“Qué es lo que vienen a hacer aquí, nosotros somos gente trabajadora, los manguruyuses son los contrabandistas” se queja una señora por demás enojada.
Mario Cabañas limpia los vidrios de su pollería y carnicería. Está a punto de volver a abrir. “Soy nacido y criado aquí, no me iría por nada del mundo, aquí se vive tranquilo”, cuenta.

Camalotal
Una draga para limpiar los camalotes, es el pedido más urgente del intendente Catalino Añazco que cuenta las mil pericipecias que vienen pasando durante estos dos meses largos de inundación. Acompañado del capitán José Bogado de la Marina, recuerdan cómo tuvieron que multiplicarse para intentar ayudar a la gente con apenas dos camionetas, un tractor y dos deslizadoras. “Bueno, ahora tenemos 4 deslizadoras”, se alegra el marino. El jefe comunal todavía agradece la visita del vicepresidente Juan Afara durante los días aciagos. Lo que nunca termina de llegar es la asistencia más completa de parte del estado y tampoco los planes para evitar que se repita la inundación. “Es muy dificil aquí hacer muros de defensa y esas cosas, pero igual veremos que se puede hacer”, dice el jefe comunal. Nanawa cubierta de camalotes se resiste al olvido.  
Jorge Zárate

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