Clickear sobre la imagen para ver tomas desde el drone de La Nación, operado por Carlos Juri. |
Una romería, un gran problema
organizado, la gente cargando lo de siempre, comestibles, jabón,
aceite, cerveza, el tráfico hormiga que no para a pesar del agua que
no acaba de retirarse. Así es Nanawa o Puerto Elsa, como también se
la llama todavía.
Ahora estan trabajando muy cerca del
puente sobre el río Negro, ese curso que corre paralelo al
Pilcomayo, el río que hace la frontera con Argentina, con la hoy muy
visitada ciudad de Clorinda.
Una flotilla de combis van cargando lo
que trae otra flotilla de canoas y deslizadoras a pesar de que los
funcionarios de Aduanas merodean por el río. “Vienen un rato dan
una vuelta y después se van, por suerte ahora no están molestando
tanto, saben que la gente tiene que trabajar porque venimos de dos
meses de inundación y algo tenemos que hacer”, cuenta Cristian
Díaz tomando tereré, esperando para hacer el viaje hacia la
capital.
Más de la mitad de la población
todavía tiene las casas bajo agua. Más de la mitad de la población
está en Clorinda, adonde fueron a refugiarse porque allí la
asistencia a los damnificados “es mucho mejor, no se puede
comparar”, dice Virginio Enciso. En la normalidad son 8 mil
habitantes en un distrito de 524 hectáreas, ahora nadie sabe decir a
ciencia cierta cuántos están en la ciudad.
“No estamos en un buen momento es fin
de mes y no hay circulante, además el cambio no les favorece a los
argentinos así que si bien cruzan bastante, no se vende tanto como
antes”, dice Alexis Pineda en su puesto.
Todos coinciden en que no hubo una
asistencia adecuada, que el estado está ausente a la hora de ayudar
a los inundados a volver a sus hogares, que la gente viene haciendo
lo que puede y como puede para poder adecuar de nuevo las viviendas.
El efecto de las aguas es devastador, la humedad, el olor, algunas
paredes que se caen, e inclusive techos que van a faltar porque a
falta de chapas la gente los quitó para armarse una vivienda
precaria en los altos de la ruta que conduce a Puerto Falcón.
La gente anda en carros tirados por
caballos, en motocarros y en canoas que hacen las veces de transporte
público en el pueblo. “Es más caro que en la ciudad, para ir aquí
nomás tenés que pagar 2 mil y así se va sumando”, dice Alberto
Palacios.
En el centro comercial, dos cuadras de
negocios y muchos puestos callejeros que se expanden hasta la
pasarela, en realidad dos puentes peatonales que la unen con
Clorinda, la gente va y viene bajo la mirada dispersa de los
gendarmes argentinos.
“Qué es lo que vienen a hacer aquí,
nosotros somos gente trabajadora, los manguruyuses son los
contrabandistas” se queja una señora por demás enojada.
Mario Cabañas limpia los vidrios de su
pollería y carnicería. Está a punto de volver a abrir. “Soy
nacido y criado aquí, no me iría por nada del mundo, aquí se vive
tranquilo”, cuenta.
Camalotal
Una draga para
limpiar los camalotes, es el pedido más urgente del intendente
Catalino Añazco que cuenta las mil pericipecias que vienen pasando
durante estos dos meses largos de inundación. Acompañado del
capitán José Bogado de la Marina, recuerdan cómo tuvieron que
multiplicarse para intentar ayudar a la gente con apenas dos
camionetas, un tractor y dos deslizadoras. “Bueno, ahora tenemos 4
deslizadoras”, se alegra el marino. El jefe comunal todavía
agradece la visita del vicepresidente Juan Afara durante los días
aciagos. Lo que nunca termina de llegar es la asistencia más
completa de parte del estado y tampoco los planes para evitar que se
repita la inundación. “Es muy dificil aquí hacer muros de defensa
y esas cosas, pero igual veremos que se puede hacer”, dice el jefe
comunal. Nanawa cubierta de camalotes se resiste al olvido.
Jorge Zárate
No hay comentarios:
Publicar un comentario