25 de agosto de 2015

Despertar


Ilustración de Federico Caballero.
Abrí los ojos con esa sensación de órbita espacial que me invade a veces antes de que el infierno matinal atronara mis oídos.

El espejo me mostraba como en un cuadro de Federico, distorsionado y real.
Abrí la ducha y el agua en la boca me reveló el corazón aprendiendo a latir, el sol naranja filtrando en la ventana. Despertar no es sencillo, es rito sensual, extraño, un camino que creemos conocer aunque siempre cambian las señales.
Me sentí pleno, nuevo, algo había en el tenor del aire.
No pude resistir mirarla otra vez porque ella era poesía en la cama, con aquel bermejo en la piel, con la almohada encima ocultando un poco, realzando todo.
Nos habíamos amado con la luna roja, con los aceites que ella usa para fluir en mí, sintiendo en aquella danza tibia que no era lo mismo que con las otras lunas, con la que es azul algo se elastiza el tiempo, con la que es plata no viene el mismo amor, sus matices, sus brillos provocan lo extremo.
Pensando lunar me detuve en mi abdomen, en cómo podía mudar la propia piel mientras el agua corría en esas cascadas mínimas que te vuelven mineral, roca un instante, árbol también.
Me dejé secar, solo posé las toallas, después las acomodé para no hacer ruido.
Ahora que ya escurren las últimas gotas miro y espero el momento en que ella abra sus sentidos al amanecer.
Nos toca el amor del sol naranja, de este frenesí que se prepara.
Estoy atento a que saldrá en breve un sol violeta que solo nos deja un momento de horas.
Tiempo que se acelera en la ansiedad de este instante en que es tersa la espera, en que mis escamas tienen ese olor a fuego nuevo.
Solo me paro a mirarla y uso telepatía.
La señal justa, breve.
Parado y tieso, mi cuerpo abierto envía el mensaje, ese solo sentir, esperando ver su reacción, su despertar
Algo hay en la densidad, en la atmósfera de ese minuto en que conectamos.
Debo decir que vi la inocencia más absoluta en el instante en que los párpados perdieron peso en sus ojos, que hubo un momento en que ella era del universo.
Después el fuego en sus ojos amarillos, veo girar su espalda y sus piernas, su cuenca moverse leve, bella guarida, siento su llamado desde el centro del ombligo, desde el gesto mínimo de un dedo.
Me arrojo entonces.
Carnal es todo cuando penetro y pierdo la noción del movimiento, consigue darme vuelta y decide su viaje en ese tiempo suyo que dura lo que tardo en conseguir darla vuelta, sus garras arañan mi espalda y duele que somos un solo y gigante reptil respirando el buen calor de nuestras bocas, ella se viene en mí y entonces me voy en ella, justo cuando presienten las lenguas que comenzamos al fin.
Jorge Zárate





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