6 de agosto de 2012

Fragilidad de los usurpadores

 
Por: José Carlos Lezcano

Debilitamiento: se ha cumplido un mes del golpe que destituyera a Fernando Lugo del gobierno y restaurara en el poder a los representantes directos de la oligarquía en Paraguay. En este breve lapso, la fragilidad del gobierno usurpador aflora en todos los niveles y señala los primeros síntomas de inestabilidad. La sociedad paraguaya está polarizada, y los sectores que se suman a la resistencia cada vez son más.



Una de las primeras acciones del gobierno de facto de ultraderecha aliado al imperialismo ha sido la revitalización de los acuerdos militares con los Estados Unidos, incluida la expansión de la base militar de Mariscal Estigarribia (en el Chaco paraguayo). También ha desplazado a toda la cúpula militar institucionalista para reemplazarla por elementos alineados al conservadurismo.
Su política económica ya está delineada por la aceleración de las negociaciones que desembocarán en la entrega de la energía eléctrica producida por Paraguay a la multinacional Río Tinto Alcán y por adopción del dogma de la liberalización total de la economía como guía general. Una muestra de esto es el relanzamiento del proyecto de privatización de empresas estatales y entes públicos bajo el nombre tímidamente engañoso de “Ley marco de Concesiones”.
La promulgación de la ley que crea el Impuesto a la Renta Personal y el lanzamiento de una contrarreforma agraria que empieza por la modificación de la carta orgánica del Instituto de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert) para vender tierras públicas a precios de mercado, son otras muestras del camino que tomará el gobierno golpista. No se contempla un solo punto de las cuestiones centrales como reforma agraria y del Poder Judicial; implementación de mecanismos de democracia participativa o la recuperación de la soberanía nacional, exigencias históricas de los sectores sociales mayoritarios.

Movilización
La resistencia democrática y popular al gobierno de facto va sumando cada vez más sectores, en un proceso que, aunque desordenado, avanza en un sentido claro: la restitución del orden democrático quebrado el 22 de junio pasado.
En todo el país se desarrolla un proceso de movilización popular que inútilmente han tratado de ocultar las grandes  empresas de comunicación masiva aliadas al golpismo. Se han desatado todo tipo de expresiones contra el golpe. Desde las marchas, cierres de rutas, ocupaciones de tierras y escraches, pasando por festivales artísticos, obras de teatro y celebraciones religiosas. Hasta una verdadera avalancha de críticas de humoristas, analistas e intelectuales por medios escritos, tanto impresos como electrónicos, incluyendo entre ellos las tan afamadas redes sociales.
Frente a esto el gobierno usurpador se respalda en las empresas de comunicación masiva –que actúan orgánicamente como medios ideológicos oficiales, en los principales gremios de la oligarquía y la burguesía local –con sus respectivos representantes políticos y sus fuerzas militares aliadas– y en las bendiciones de la embajada estadounidense, la jerarquía de la Iglesia local y la Nunciatura Apostólica en Paraguay. Esta base de alianzas internas, con estrecho margen de maniobra, permite que el golpismo siga equilibrándose en la cuerda floja de su propia conspiración y, al mismo tiempo, es la causa de su insanable fragilidad.

Carencias
La dirigencia del golpismo carece de autoridad política e incapacidad hegemónica, comenzando por el presidente golpista, Federico Franco, y culminando en el nuevo delfín del imperio estadounidense, el negociante de alcaloides Horacio Cartes. Se trata de figuras desgastadas, con antecedentes oscuros y sin respaldo popular.
Los partidos o fracciones de la incipiente burguesía y la oligarquía financiera, que hasta hace poco se presentaban como alternativa a los sectores retardatarios y sostenían un discurso pseudodemocrático y un proyecto modernizante, han quedado desenmascarados por su propia acción golpista. Toda la derecha se ha abroquelado a favor del golpe y ha empezado a perder el apoyo de una franja importante de su base social media y popular.
El único recurso que le resta al gobierno de facto es el uso de la represión y la persecución a las expresiones rebeldes para sostenerse. Esto se ha empezado a manifestar en las intervenciones públicas de los principales referentes del golpismo y el reflote de un discurso anticomunista y antizquierda. La búsqueda de legitimación internacional impide aún al gobierno de facto el uso de la violencia física abierta para mantener el orden interno, en otra muestra de su debilidad estructural. El crecimiento de la resistencia al Golpe y la falta de autoridad política del gobierno de facto, determinan el derrotero de inestabilidad para Franco e incluso la posibilidad de su caída.
La política internacional del golpismo va de contramano con la región. El respaldo de los gobiernos latinoamericanos al Ejecutivo legítimo encabezado por Fernando Lugo fue inmediato, ya desde el inicio de la crisis.
El hecho principal ha sido la suspensión del Paraguay en el Mercosur y en la Unasur, principales instancias políticas de integración regional. La respuesta del gobierno de facto, tanto a través del Ejecutivo como del Congreso Nacional, es el refuerzo de las relaciones con los Estados Unidos y una descalificación a dichas instancias de integración regional, incluyendo a la Celac.
Cuba, Venezuela, Ecuador, Argentina y Bolivia han retirado sus representaciones diplomáticas en el país. El canciller usurpador no puede comunicarse con sus pares de Brasil, Argentina ni Uruguay, al mismo tiempo que ha emprendido una estéril disputa jurídica a nivel internacional que busca el reconocimiento del gobierno de facto en las mismas instancias que éste descalifica.
El golpe parlamentario de la ultraderecha local aliada al imperialismo no ha conseguido apoyo mayoritario y ha polarizado la sociedad paraguaya entre quienes apañan la ruptura del orden democrático y quienes, más allá de su apoyo o no a la gestión del gobierno de Fernando Lugo, se han posicionado en defensa de la democracia y forman –cada vez más activamente– parte del movimiento de resistencia al Golpe.
El principal proceso que se observa como consecuencia de esta polarización es que la base social de las organizaciones conservadoras y reaccionarias, como los partidos tradicionales o la propia Iglesia Católica, se rebela ante sus cúpulas dirigenciales por su posición golpista.
El desafío que se abre es dar el tiro de gracia al golpismo, sintetizando todo este movimiento de resistencia en una expresión política que, aunque pueda –y deba– tolerar la heterogeneidad, debe conseguir unidad y capacidad de dirección. En esta tarea, el Frente Guasu –coalición de partidos de izquierda– y las organizaciones sociales -principalmente campesinas, obreras y estudiantiles, tendrán una responsabilidad máxima.

1 comentario:

Dan Scarfo dijo...

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