Zafiro, gema azul, no es
lo que vale, es lo que transmite. Ella simula no saberlo, hace como
que apenas lo lleva puesto, lo siente.
Engarzado en oro blanco,
gracil, amable con lo voluptuoso del cuello, con sus hombros
equilibrados, una gota esencial hacia la profunda catarata de su
escote.
Ella jugaba con esos tres
puntos de enfoque.
Había en la mesa un
brillante carísimo.
Había en su sobre una
réplica idéntica.
Había un hombre encargado
de custodiarlo.
El joyero, turbado,
prefirió el oficio, eligió mirar el zafiro en leve pendencia en ese
escenario tan fresco.
Ella cambió el cristal
por el brillante como un niño cambia dos cantos rodados en un juego
frente a sus padres.
"Sabía el antiguo mito
persa", le preguntó con aquella sonrisa de dientes blancos.
"Claro", respondió el hombre
"La tierra descansa sobre
un gran zafiro cuyo reflejo colorea los cielos"
- Usted me ha robado el asombro, dijo ella amable.
- Si supiera usted lo que me ha robado, dijo él inclinándose para besar la mano enguantada en increíble seda negra.