En
primera persona una mujer cuenta, cómo, cuando niña, el mismísimo
dictador Alfredo Stroessner abusó de ella de manera reiterada. También
testimonia cómo el mando de las fuerzas armadas a cargo del
incalificable tirano compartía la afición a la pedofilia que practicaban
con niñas esclavizadas para tal fin.
El
muy buen documental “Calle de Silencio”, dirigido por José Elizeche y
producido por Hugo Yubi, tiene el mérito de ponerle cuerpo a una
historia que se conocía, pero que permanece difusa en la denuncia
pública y sobre todo, en la persecución judicial a los responsables de
tanta infamia.
Estrenado
el viernes en el Ciclo de Cine y Derechos Humanos del Centro Cultural
de España Juan de Salazar, el cortometraje recuerda las investigaciones
periodísticas de medios extranjeros que consiguieron poner por apenas un
tiempo en blanco sobre negro esta historia criminal. Con el espanto que
genera el exceso, la barbarie del tercer mundo, la cuestión comenzó a
contarse allá en los 70, pero nunca se había tenido, un testimonio
directo de una víctima.
Era
conocida esa casa en Sajonia donde el entonces coronel Rodolfo “Popol”
Perrier operaba condenando la vida de niñas y adolescentes reclutadas
para el tráfico humano con fines sexuales, que no era la única, porque
había otras en la Gran Asunción, en el interior.
Vista de la casa regenteada por Rodolfo "Popol" Perrier
A
casi 30 años de la caída de ese régimen que se desenvolvió corrompiendo
en estas formas tan brutales, todavía sobrevive un miedo, una vergüenza
social, que impide un proceso de memoria y justicia necesario que esta
película contribuirá a romper.
La
víctima habla desde el dolor profundo de esos episodios acompañada por
cuidadas y poéticas imágenes que van insinuando un camino para la
sanación. Las verdades tienen fuerza parecida al agua que horada la
piedra.
Nelson Martinesi con algunas de sus obras. Foto: Fernando Riveros
El
plástico, dueño de un estilo que combina estudios geométricos con
dibujo y gran colorido alterna sus días entre Asunción y Salvador Bahía
en Brasil.
“La satisfacción más grande es que en mi exposición haya 200 personas”,
dice risueño este artista plástico que abraza el humor con la alegría y
el colorido que asoma en su obra. Su reciente exposición “Propiedad
intelectual” desarrollada en 4 Kachos fue una verdadera fiesta, con la
participación de músicos como Jaime Zacher, Chirola, KP Lux,
Bizarrasong, cocina gourmet y gente de los más diversos ámbitos.
“Innové un poco el vernisagge con la idea de atraer al público porque
si bien hubo un momento en que era hasta “cool” ser elitista, hoy en día
con las redes sociales, el elitismo no tiene más sentido porque todo el
mundo está informado de lo que está pasando en todos lados. La gente
tiene sed de información. Esto nos trae un poco la vuelta de la gente a
los eventos de arte de calidad y masivos, buenos”, explica.
En la muestra se pudieron ver los últimos cuadros, grabados y dibujos
de este polifacético autor. “Cada procedimiento tiene su lenguaje,
entonces voy pintando, hago grabados, dibujo, y de repente uno todas las
cosas. Pero al mismo tiempo tengo momentos en que me pongo más
específico, elaboro lenguajes, una continuidad de discurso, en otras no,
voy a la abstracción...”, dice mientras recorre y conversa con La
Nación en su atelier asunceno.
Grabado de Nelson Martinesi.
“Cuando dibujo me gusta la ciudad de Asunción, la arquitectura, en
cambio cuando pinto me gustan los espacios interiores, mi mesa,
buscarse, ser, reflejarse”, cuenta. “Al mismo tiempo hay una visión
mística, porque nadie necesita del arte, pero el arte es necesario para
todos. Porque hay un espíritu poético que la cultura perdió hoy, es todo
muy materialista. Ese espíritu quiere vivir pero también tengo que
vender mi obra aunque no es ese mi objetivo primero, sino el arte, la
libertad y la expresión, pero también trabajar con el mercado de arte,
intentando hacer autogestión como pintor autónomo, no digo independiente
porque todos dependemos de todos”, se define.
A los 21 años dejó el Paraguay preocupado por el tenor de la represión
de la dictadura. “Al principio di una vuelta de unos 6 meses y después
volví para intentar terminar la facultad, estaba en el 4o curso de
arquitectura y de ahí ya me forzó un poco, eran tiempos de las marchas
contra (Alfredo) Stroessner, éramos activistas universitarios, y vi
varias escenas de violencia policial y me dije: “me voy a ir de aquí”.
Me parece bien la lucha, pero no quería ser una víctima de ese sistema
masacrante, si uno se exponía era medio suicida, o poner el cuerpo o te
ibas, no había otras opciones para mí”, explica.
“Tuve suerte en Brasil porque trabajé de distintas cosas, tuve un
restaurant, soy joyero, hice pan, fui profesor de escuela en Salvador,
trabajé en la decoración del Carnaval, y hasta ahora me apasiona la
cocina, comida paraguaya, bahiana, italiana, guisos. Pienso que el ser
humano tiene que celebrar el placer de vivir, con mucho o poco, no
importa eso, pero saber disfrutar de la vida, con lo que tenés saber
hacerlo, con el arte pasa la misma cosa. Hay gente que tiene pocos
recursos pero tiene mucha creatividad y hay gente que tiene muchos
recursos y no tiene la creatividad. El desafío es parte del desarrollo
humano, ese es el trabajo del arte”, considera.
Bus, obra de Nelson Martinesi
Riesgos y estrategias
Siempre hay planes en el horizonte de Martinesi: “Salgo de mi zona de
confort siempre, soy un poco gitano, viajo, el año que viene me quiero
ir a Europa a ver si puedo subir el valor de mi obra, cuestión que aquí
no se puede porque el mercado tiene un techo muy bajo. En Brasil hay
crisis, he vendido obra, pero más de joyería y decoración, aquí es donde
está enfocado mi trabajo de arte.
Siempre estoy exponiendo, una vez por año, me pongo metas y las cumplo”, asegura.
“La pintura, por la cuestión fotográfica, refleja mucho la visualidad
actual, trato de pintar con fotos, tener referencias, pintar en vivo,
hacer dibujos. Hago series, pero me gusta trabajar temas variados, como
son mis intereses en la vida, la antropología, la sociología, la
espiritualidad de los pueblos indígenas, la literatura, el cruce entre
lo urbano y lo indígena. Ellos tenían su forma de organización social
que no se pierde, se transmuta en otras conductas, que tenemos en
nuestros caracteres, por un lado lo europeo y por el otro lo indígena.
En nuestra sociedad es muy determinante el calor, porque anula muchas
cosas, te deja inactivo en un punto”, ejemplifica.
“Entonces la pintura también tiene ese elemento medio inerte como la
política. Es muy dificil cambiar el status quo politico y cultural
porque nada está separado, todo es una sola cosa, por eso mi manera de
actuar ante esa situación fue actuar desde afuera, es una estrategia”,
apunta.
A pesar de ello valora positivamente a los artistas jóvenes que
irrumpen en la plástica nacional. “Hay una generación nueva que me
sorprende, hay muchos valores, mucho potencial, hay que ver que se
capitalice, que los artistas locales puedan generar galerías propias, en
Europa hay galerías comunitarias donde los propios artistas se
organizan, se juntan y le piden a la municipalidad una casa donde tienen
alquiler más barato, un período especial de contrato, etc, para montar
un negocio de artistas”, comenta.
“Sería un respìro para no depender de centros culturales que tienen
perfiles definidos y también una suerte de clientelismo político,
entonces la manera autónoma de autogestión sería una salida para los que
no están comprendidos en los núcleos preestablecidos. Hay mucho arte,
pero poco espacio para que se muestre, entonces suele ocurrir que en ese
poco espacio se mezcla todo. Hay que ser selectivos para mostrar, los
artistas nacionales tienen que hacer más muestras individuales, grandes,
pocos son los que tienen continuidad. El trabajo depende de eso,
Paraguay necesita que los artistas crean en si mismos. En mi caso tengo
una continuidad de más de 30 años, hay registro, la sociedad absorvió lo
que fui haciendo”, celebra.
“Mi proyecto a futuro es seguir haciendo lo mismo pero mejor, porque
creo que el artista es como el vino, con el tiempo madura y va
capitalizando experiencias y transforma su propia vida y hasta la forma
de ver su sociedad, los cuadros son como sonidos mudos en las paredes
emitiendo una vibra, una onda que comunica”, expone.
Aprendiendo con Abramo
Nelson Martinesi confía en la línea, en todo lo que expresa, lo que
define, en el sentido, así lo explica: “Tuve mucha formación de
arquitectura, estudie con Livio Abramo que era muy teórico y tenía una
intelectualidad muy grande para transmitir el conocimiento del dibujo y
el grabado. Hice grabado en metal con él, recuerdo que me dijo “quizás
seas uno de mis últimos alumnos de grabado en metal”, eso fue en el año
82, 83`, 84`por ahí. Nunca conseguí hacer un grabado bueno, pero aprendí
toda la parte teórica, ¡él me escribía cartas!, tengo guardado todo en
mi archivo allá en Salvador.
Tenía 19 años, me trataban como un mitai, pero él ya me trataba de
señor, me decía “Capitán” o “Martinesi, usted tiene que hacer así, o
asado”, me hacía ir más temprano salir al último y después tenía que
ordenar todas las herramientas para que no falte nada para que no se
pierda, para que quede todo limpio. El tipo me gastaba, pero después,
con el tiempo le das valor, es como cuando tu papá te educa, primero no
te gusta, pero después con el tiempo le das valor porque se trata de
otros valores, no sólo el hecho artístico sino el valor vital. Lo
capitalicé en muchas cosas, quizá por mi temperamento, no soy muy
conformista y quizá por eso él me recomendó que me vaya del Paraguay a
buscar otras cosas. Seguí sus consejos. Livio era un clásico del blanco y
negro, yo sin embargo hago grabados muy coloridos”, cuenta.