Las hijas del querido artista plástico cuentan
la experiencia de recrear la conmemoración que nació en el seno de su familia y
se expandió en esta comunidad misionera que se transforma en el centro de
atracción nacional durante la Semana Santa. Visitado por unas 30 mil personas,
los cuadros vivientes, la iluminación con velas y fuego, el canto de los
estacioneros, sembraron una marca que revive cada año en buena tradición.
Un rito que se da cada viernes santo iniciando con el descenso de la imagen de la Virgen de los Dolores que es acompañada por lloronas y estacioneros hasta llegar al predio que llaman “montecito” donde se representan los cuadros que evocan los últimos momentos de Jesucristo, la última cena y su calvario.
Esta será la primera ocasión en que la conmemoración no tendrá en la dirección artística del arquitecto y artista plástico Koki Ruiz fallecido en diciembre pasado.
Aquí sus hijas, al frente del evento, cuentan cómo Delfín Roque Ruiz Pérez, tal su nombre completo, ideó todo para honrar la fe católica de su madre Rosa.
Macarena Ruiz es también artista plástica y mientras va concluyendo detalles pictóricos de una escenografía recuerda que en principio todo fue puertas adentro: “Surgió como algo espontáneo en una reunión familiar acá en La Barraca, estaban mi papá con sus hermanos, mi abuela, y esto era campo, no estaba poblado como ahora y ella estaba muy sentida porque no podía participar de de un Vía Crucis. Entonces le dice que él le iba a hacer uno y armaron un camino con velas con mi mamá, los hermanos, los primos y cantaron e hicieron las estaciones entre ellos”.
Lo fueron repitiendo año tras año, como una tradición, aunque Koki, según dice Macarena: “no digo que era una persona muy devota, ni muy practicante de la religión, pero sí que encontró en el arte popular religioso una herramienta como para expresarse y crear arte”.
Almudena agrega: “yo creo que era un hombre de mucha fe pero no lo definiría como practicante como su mamá, por ejemplo, pero si era algo que le conmovía mucho y, lo que encontró en Tañarandy, en su pueblo porque él era de acá, es que la religiosidad popular estaba muy viva. Era algo que conocía de su propia infancia en celebraciones de Semana Santa y encontró en eso una posibilidad de hacer lo que él podía que no es predicar desde la parte evangélica sino desde la parte de la expresión artística”.
Macarena apunta que “sentía que ahí estaba su identidad como artista al conectar y trabajar con la gente. Por eso su lema siempre era “cada ser humano es un artista y cada acción una obra de arte”, usaba esa frase de Joseph Beuys, el artista alemán y yo veía que a él le gustaba mucho que la gente se apropie de su obra. Con la religiosidad popular logró esa conexión con la gente porque a él le importaba mucho su historia, la cultura paraguaya, lo nuestro”.
De la familia a la comunidad
Macarena Ruiz cuenta: “Yo tenía cuatro años cuando empezó y me acuerdo a partir de los siete más o menos y lo que primero recuerdo es que era como más un acontecimiento familiar y que era una tradición, era algo que hacíamos siempre con los tíos, con los parientes de mi papá, de mi mamá y es para mí algo que está muy interiorizado, muy naturalizado también y como parte de nuestra identidad como familia”, dice.
Almudena recuerda a su turno: “yo crecí mucho más en la tradición no tanto ya familiar sino más comunitaria. En los 2000 que cuando empiezo a tener memoria esto ya era algo que se extendía en el camino de la comunidad”, apunta.
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Macarena Ruiz |
Sólo interrumpida por la pandemia del Coronavirus, la conmemoración tendrá su 33 edición en Tañarandy, “la tierra de los irreductibles”, colonia vecina a San Ignacio, Misiones, a 230 kilómetros de Asunción.
Unas 80 personas actúan en los cuadros vivientes que fueron evolucionando en el tiempo: “En un principio era todo bastante local, eran rostros de Tañarandy que mi papá de repente iba viendo durante el año, le paraba a una persona y le decía “vos vas a ser mi Jesús, déjate la barba, déjate el pelo largo”, primero era así”, cuenta Macarena.
“Después llegamos a tener visitas de colegio o de grupos de actores formados interesados en participar. De hecho, el grupo “Yakaira” continúa viniendo”, agrega.
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Almudena Ruiz |
El evento requiere una logística importante en la que la familia Ruiz tiene la ayuda de un equipo de 10 personas que formó el propio Koki. “Ellos son los que ahora tienen todo el conocimiento para hacer esto. Entonces una vez que se tiene la idea se empieza a hacer todo y a medida que va pasando los días se va sumando más gente a medida que el trabajo es más grande”, cuenta Almudena.
Macarena explica que “este año la municipalidad de San Ignacio se acercó a darnos una mano en el tránsito y otros temas que hacen al bienestar de los que visitan la ciudad”.
Para las jóvenes, encarar esta edición sin la presencia rectora de Koki plantea importantes desafíos: “sobre todo en la parte final donde se hace la representación de la pasión y muerte de Cristo, ahí es donde él iba jugando, experimentando y ahí es donde está su espíritu personal, entonces lo que intentamos hacer es seguir lo que sabemos que a él le gustaba, lo que entendimos y aprendimos que era su camino, su expresión artística pero ahí es donde también uno tiene miedo de equivocarse”, expone.
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Ovejas pastando en paisaje misionero de Koki Ruiz |
El sueño de un memorial
Macarena y Almudena Ruiz sueñan con la posibilidad de crear un espacio donde se pueda visitar la obra de Koki una situación difícil porque la mayoría de la obra del gran artista está en manos privadas. “La mayoría de sus cuadros tienen dueños, porque él no pintaba para nuestra casa, así que no tenemos clara cuál es nuestra posibilidad de tener sus pinturas expuestas pero sí un espacio donde su obra, su legado esté presente”, dice la mayor.
De hecho, hay poca obra de Koki Ruiz expuesta en espacios públicos, entre ellas el fantástico cuadro de las ovejas pastando en paisaje misionero que puede verse en el Restaurante Arcadia ubicado en diagonal a la Plaza San Roque González de San Ignacio. Otro que se puede visitar es el cuadro relativo a la expulsión de los jesuitas que está en el Hotel La Misión, en Asunción, por dar un par de ejemplos.
“Entendemos que podría ser un espacio cultural así como La Barraca donde nos reunimos a pintar, porque él había formado otros artesanos, un espacio que lleve su nombre, como algo que él dejó y que continúe, si nos gustaría poder hacerlo en algún momento”.
El artista, merecedor de la Orden Nacional del Mérito en el grado Gran Cruz, merecería un espacio de celebración del arte como el que se vivió en el teatro El Molino, un antiguo silo arrocero de San Ignacio en el que se prepararon los retablos que enmarcaron los actos del Papa Francisco en Ñu Guasu en 2015.
Memora Macarena: “Fueron como tres meses de trabajo intenso en los que él dejó todo para hacer para abocarse a ello. Lo recuerdo de muy buen humor, estaba muy contento y fue un trabajo en donde contrató un montón de gente de Tañarandy para concretar aquellas obras con cocos y maíz”.
“Lo que más le emocionó, más allá de que haya sido un retablo para el Papa es que la gente se acercaba muchísimo a firmar los cocos. El dio la idea a la gente de ir a firmar los cocos porque vio una persona hacer eso y ahí sintió que era posible que todos vengan a hacerlo y le puso muy contento que haya prendido esa idea”.
Relata Almudena que en ese mismo 2015 “había hecho dos retablos de maíz antes que eran más pequeños pero allí sintió que estéticamente ya había encontrado la fórmula, sabía que eso le iba a funcionar. Entonces, una vez que él preparó el proyecto para el Papa era un desafío mucho más grande pero sentía que algo le faltaba a esa obra y cuando descubrió lo de la firma lo tuvo todo claro”.
Todo pasó casi por casualidad, cuando “vino una pariente encontró y escribió “gracias” en uno de los cocos porque se curó de una enfermedad muy grande. Él vio en ese detalle algo muy lindo, una manera de participar que tuvo ella firmando uno de los 200 mil cocos que iba a tener ese retablo y allí él encontró como el ingrediente que prendió”.
La historia es que se firmaron todos los coquitos en jornadas que las chicas recuerdan con afecto. “Nos dedicábamos a recibir nombres y pedidos todos los días y le mandábamos foto a la gente porque quería poder formar parte. Había gente que venía con una lista enorme de pedidos y de agradecimientos que tenía que anotar en los cocos. No sé, pedir algo y ponerlo en tu coco, hay algo que realmente volvió importante a esa obra. Le dio un valor distinto”.
Una puesta en comunidad
“Yo crecí en La Barraca”, cuenta Rolando Corvalán, que ayudó a Koki Ruiz desde los comienzos del evento de la Semana Santa en Tañarandy. Lo hace en un descanso del montaje de los escenarios en los que se representarán los cuadros vivientes. “Esto fue creciendo gracias a que la comunidad acompañó y fue creyendo en la idea de Koki”, dice apuntando que “con más apoyo se fue haciendo todo más grande y también nos fueron ayudando, haciendo las cosas posibles”.
Rolando, que llegó a Tañarandy a los 12 años fue viendo crecer a la compañía que estima hoy es habitada por unas 4 mil personas. “La gente tiene sus vacas, las ordeña para la leche, hace queso, tiene las gallinas caseras y vende huevos, casi todas las familias tienen chanchos, algunos producen verduras, frutales, están también los que venden remedios refrescantes y tienen sus puestos en el centro de San Ignacio”, dice de la vida rural entornada por la bella naturaleza misionera.
Corvalan dirige la cuadrilla con la experiencia ganada en los años de instalar la infraestructura para la conmemoración. “Los cuadros de San Francisco y San Ignacio son los que estuvieron durante la visita del Papa Francisco instalados en Ñu Guasu”, recuerda.
“En realidad Koki me enseñó como montar todo, así que ya estamos entrenados”. Recuerda que en aquella ocasión “trabajamos casi 5 meses para hacer toda la estructura, la parte de carpintería siempre con el Koki dirigiendo”, memora.
Entre tanto el equipo va aprontando el andamiaje para presentar el cuadro de Chiquitunga, la impresionante imagen hecha en maíz de la beata paraguaya, que engalanara los festejos de su consagración durante el masivo acto realizado en La Olla de Cerro Porteño en junio de 2018.
Mano derecha del gran artista, Rolando dice cuenta que “lo extrañamos a cada momento porque con él era un aprendizaje constante, cada cosa tiene su lugar, era muy detallista siempre, para estas ocasiones y cuando pintaba en su taller en La Barraca”.
Mientras recorre la escena con la mirada, comenta que “después viene toda la decoración que hacemos ya desde el lunes santo porque incorpora productos como zapallos, andai, etc que colocamos a último momento para que no se descompongan. También la colocación de los apepú para la iluminación se hace en esos días”, apunta.
“Ya nos está quedando chico el lugar”, opina recordando que unas 25 mil personas promedio se acercaron a presenciar la conmemoración en los últimos años.
“Esperamos que venga la gente porque esto tiene que seguir. Gracias a Dios que están sus hijas que aprendieron todo de su papá para seguir este buen camino ahora”, pide.
Jorge Zárate
Fotos de Mariana Díaz
Transporte de Víctor González
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